LAS TORERAS DE LAS
MONTAÑAS
Son mogollón, más o
menos altas; más o menos delgadas, pero todas por lo general fuertes
como toros, duras como el diamante y sin embargo ligeras como esa
brisa que nos acaricia la piel en un cálido día de verano.
Han perdido la patente de
los colores, porque ellos también se adornan últimamente; pero son
ellas, las que siguen teniendo ese don especial para conjuntar
pantalones con camisetas y combinarlo todo con zapatillas, guantes o
eso que nosotros siempre hemos llamado braga y ahora llaman “buff”.
No pierden el sentido del
humor ni después de haberse machacado el cuerpo durante veinte,
treinta, setenta e incluso las cerca de cien horas que invirtió la
última ganadora del “Tor des Geants”.
Saben que tienen cierta
dificultad añadida para completar entrenamientos, sobre todo por la
montaña, o el monte y no hablemos en horas nocturnas, pero son
conscientes de que hay que tomar ciertos riesgos para alcanzar el
objetivo y se buscan la vida como pueden para no perder comba.
Llegan a la línea de
meta con una sonrisa que denota satisfacción, pero a diferencia de
ellos se adivinan además, rasgos evidentes de ORGULLO, porque aunque
la distancia, el recorrido y las dificultades sean iguales para
todos; lo suyo es otra historia; y como ocurre aún con el día a
día, tienen que ganarse al respetable, no cada jornada o cada mes,
sino cada minuto.
Este noble arte de correr
por la montaña no conoce de tratados; los problemas y el
aprendizaje, que suele discurrir entre entrenamiento y competición,
se resuelven gracias al talonario del esfuerzo diario, y, a golpe
de golpes.
No conozco ninguna que se
dedique al cien por cien a la especialidad; muchas son madres,
tienen maridos, hijos, y como no, padres a los que cuidar y con
fortuna un trabajo para aportar lo suyo a la casa, pues este deporte
a diferencia de otros más mediáticos no da para comer, y en el
noventa y nueve por ciento de los casos genera gastos y a veces hasta
imprevistos.
Enfrentarse a las
montañas, es a veces un ejercicio, no exento de cierta violencia en
su sentido más amplio, pues afecta no solamente al cuerpo sino a la
mente. Así cuando los elementos se desatan, solo se podrá superar
este trance a base de conocimiento, sentido común y una enorme
fuerza de voluntad.
Aún hay por ahí,
algunos personajillos que solo tienen ojos para sus curvas; las miran
fijamente por delante y por detrás y emiten juicios de valor sobre
cosas que nada tiene que ver con su esfuerzo; pero ellas han
aprendido a ir a lo suyo, y no solo no le temen a nada, sino que
día sí, día también demuestran que van sobradas no solo de valor,
sino también de capacidad.
Se suele decir en el
argot taurino “Cada toro tiene su lidia” y lo mismo podemos
aplicar a las corredoras de montaña; cada una es un mundo, cada
competición un momento diferente, y cada entrenamiento un instante
irrepetible. Pero en general, miran de frente sin arrugarse, saben
que sin una observación previa, las posibilidades de una buena faena
disminuyen.
Dominan tanto la lluvia
como el sol y la nieve; cada una tiene sus preferencias, pero
compiten lo mismo haga frío o calor y no hay, barrizal ni roca en el
mundo que no haya quedado prendado con sus modales exquisitos para
con la montaña. Aquí como en casa de todo hijo de vecino que se
precie; hay excepciones, pero es muy raro ver, a ninguna de ellas,
incumplir las normas más elementales de respeto a la montaña.
Cuando la montaña les
muestra sus enormes pitones, estamos ante el anuncio de una larga y
peligrosa faena. La embestida puede venir por abajo, puede enrocarse
y pillarnos desprotegidos. A la torera entonces, no le queda más que
componer la figura, mantener el tipo y utilizar toda clase de
suertes, y artimañas, si lo que pretende es rematar la faena de la
supervivencia.
Pero ¡ojo!, no son
perfectas, ni mucho menos, y como diría alguien, ni falta que las
hace. En ocasiones se las ve al límite de su capacidad, y la sonrisa
forzada no puede ocultar el dolor y el sufrimiento que están
sobrellevando; entonces es posible ver como unas pocas lágrimas las
hacen más humanas y los que tenemos la suerte de andar por esos
andurriales justo entonces; percibimos como se nos dilata el corazón,
y se nos ralentiza el ritmo cardíaco, al tiempo que la emoción
supera al resto de sentimientos. Ser más grande es casi imposible,
y el respeto por estas “toreras” se torna
en admiración.
Es un placer, verlas al
entrar en su terreno; y allí donde otros retroceden, ellas
controlan; lo mismo dan pases naturales, que recortan o gallean. No
le temen a los pases de pecho y son capaces de ejecutar un volapié a
la montaña más empitonada; y aunque a veces esta tira derrotes a
las toreras intentando pillarlas desprevenidas; ellas le salen al
encuentro por verónicas, sabiéndose capaces de resolver el lance,
también las hay diestras en el arte del engaño y para cuando la
montaña quiere darse cuenta, ya está desarmada e indefensa.
Yo siempre he dicho, que
están más preparadas que nosotros para el sufrimiento más intenso;
tal vez la maternidad haya ido dejando posos a lo largo de los siglos
y la clave esté en sus genes femeninos. Si volviésemos tan solo
cien años atrás y cualquiera de estas chicas intentase repetir la
más pequeña de estas hazañas, tendría que ser muy hábil para
burlar el manicomio. No hay más que fijarse en alguna de sus
precursoras en otros campos, donde solo las más fuertes entre las
más fuertes lograron llevar a cabo sus deseos, ya fuera volar,
pilotar un coche de carreras, poner un pequeño negocio, o
simplemente viajar.
Tienen nombres y
apellidos normales y corrientes, vidas sencillas pero muy intensas, y
no se las suele ver ir de “machitos” por haber ganado tal o cual
carrera de prestigio. Algunas ciertamente podrían, pero no se suele
dar el caso.
Cuando salen a competir
compiten, cuando salen a disfrutar disfrutan, pero en ocasiones
también salen un poco forzadas por las circunstancias y como el
resto de mortales, lo pagan generalmente con alguna lesión que las
aparta del ruedo momentáneamente; porque esa es otra; no son
enfermas normales ni habituales y en ocasiones una lesión que podría
dar para dos meses, en su caso, solo da para una semana. Se lo
cuentas a alguien y se piensa que le estás vacilando, pero una vez
más la realidad se empeña en nadar contra corriente.
Algunas tienen cabecitas,
pero casi todas son cabezotas y si no que nos lo digan a nosotros que
de eso sabemos un rato. Si deciden que hay que terminar, pues hay que
terminar, y ya pueden caer chuzos de punta, ya pueden volverse locos
los termómetros, los cronómetros o los altímetros, o lo que se
ponga por delante, que las verás llegar cojeando en el mejor de los
casos agarradas con desesperación a los bastones, pero contentas con
haberse salido una vez más con la suya.
Bromas aparte; es un
privilegio verlas subir y bajar por lugares inverosímiles para el
resto de los mortales, como quien cose; y cada vez sucede más, que
lo que en algunos casos desdibujaba el rostro de alguno de sus
rivales masculinos cuando estos se quedaban atrás, se va
convirtiendo en un signo de respeto y admiración, no solo por la
alegría y colorido que aportan al recorrido, sino sobre todo,
porque, ya no necesitan demostrar nada más y se han metido al
respetable en el bolsillo.
Tal vez quede algún
rescoldo de desigualdad por ahí sin solucionar; pero el
reconocimiento de vuestros compañeros de fatigas y la admiración de
los que solo os admiramos y disfrutamos con vuestro esfuerzo es cada
vez más unánime.
Si el extraordinario
Francisco de Goya apareciese en nuestra época con su genio y sus
pinceles, ya no distinguiría donde está el diestro y donde la
cuadrilla; dejaría de pintar aquella España canalla, y terminaría
pintando, los rostros y los gestos de toda la “torería”
dispuesta a pelear con la montaña.
Epílogo:
En realidad, en mi artículo anterior "Los toreros de las montañas" intenté que el resultado fuera totalmente neutro, en ningún momento pensé en hombres o mujeres, solo que al tener más cercanía con ellos, tal vez como por desgracia, viene sucediendo a lo largo de los siglos, me haya dejado llevar de mi lado masculino y en lo individual solo sale feflejada una de vosotras, de modo que sintiéndome deudor, he tratado de compensar la balanza con este otro artículo que os dedico de corazón.
Puede
que no haya podido alcanzar vuestra comprensión con estas líneas,
incluso alguna de vosotras, pensará que sobra más de la mitad y
falta casi todo; otras que “a
que te metes Manolete”;
incluso alguna verá cierta actitud machista; pero aún así, y desde
la humildad que me otorga saberme ignorante; quiero que resuene en
vuestros oídos el ¡OLÉ! más sincero que os podáis imaginar, y
tened por seguro que si yo fuera el presidente de la plaza, os
ofrecería sin dudarlo, LAS DOS OREJAS Y EL RABO (del
toro por supuesto).