RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

14 dic 2012

LAS TORERAS DE LAS MONTAÑAS

LAS TORERAS DE LAS MONTAÑAS


Son mogollón, más o menos altas; más o menos delgadas, pero todas por lo general fuertes como toros, duras como el diamante y sin embargo ligeras como esa brisa que nos acaricia la piel en un cálido día de verano.

Han perdido la patente de los colores, porque ellos también se adornan últimamente; pero son ellas, las que siguen teniendo ese don especial para conjuntar pantalones con camisetas y combinarlo todo con zapatillas, guantes o eso que nosotros siempre hemos llamado braga y ahora llaman “buff”.

No pierden el sentido del humor ni después de haberse machacado el cuerpo durante veinte, treinta, setenta e incluso las cerca de cien horas que invirtió la última ganadora del “Tor des Geants”.

Saben que tienen cierta dificultad añadida para completar entrenamientos, sobre todo por la montaña, o el monte y no hablemos en horas nocturnas, pero son conscientes de que hay que tomar ciertos riesgos para alcanzar el objetivo y se buscan la vida como pueden para no perder comba.

Llegan a la línea de meta con una sonrisa que denota satisfacción, pero a diferencia de ellos se adivinan además, rasgos evidentes de ORGULLO, porque aunque la distancia, el recorrido y las dificultades sean iguales para todos; lo suyo es otra historia; y como ocurre aún con el día a día, tienen que ganarse al respetable, no cada jornada o cada mes, sino cada minuto.

Este noble arte de correr por la montaña no conoce de tratados; los problemas y el aprendizaje, que suele discurrir entre entrenamiento y competición, se resuelven gracias al talonario del esfuerzo diario, y, a golpe de golpes.

No conozco ninguna que se dedique al cien por cien a la especialidad; muchas son madres, tienen maridos, hijos, y como no, padres a los que cuidar y con fortuna un trabajo para aportar lo suyo a la casa, pues este deporte a diferencia de otros más mediáticos no da para comer, y en el noventa y nueve por ciento de los casos genera gastos y a veces hasta imprevistos.

Enfrentarse a las montañas, es a veces un ejercicio, no exento de cierta violencia en su sentido más amplio, pues afecta no solamente al cuerpo sino a la mente. Así cuando los elementos se desatan, solo se podrá superar este trance a base de conocimiento, sentido común y una enorme fuerza de voluntad.

Aún hay por ahí, algunos personajillos que solo tienen ojos para sus curvas; las miran fijamente por delante y por detrás y emiten juicios de valor sobre cosas que nada tiene que ver con su esfuerzo; pero ellas han aprendido a ir a lo suyo, y no solo no le temen a nada, sino que día sí, día también demuestran que van sobradas no solo de valor, sino también de capacidad.

Se suele decir en el argot taurino “Cada toro tiene su lidia” y lo mismo podemos aplicar a las corredoras de montaña; cada una es un mundo, cada competición un momento diferente, y cada entrenamiento un instante irrepetible. Pero en general, miran de frente sin arrugarse, saben que sin una observación previa, las posibilidades de una buena faena disminuyen.

Dominan tanto la lluvia como el sol y la nieve; cada una tiene sus preferencias, pero compiten lo mismo haga frío o calor y no hay, barrizal ni roca en el mundo que no haya quedado prendado con sus modales exquisitos para con la montaña. Aquí como en casa de todo hijo de vecino que se precie; hay excepciones, pero es muy raro ver, a ninguna de ellas, incumplir las normas más elementales de respeto a la montaña.

Cuando la montaña les muestra sus enormes pitones, estamos ante el anuncio de una larga y peligrosa faena. La embestida puede venir por abajo, puede enrocarse y pillarnos desprotegidos. A la torera entonces, no le queda más que componer la figura, mantener el tipo y utilizar toda clase de suertes, y artimañas, si lo que pretende es rematar la faena de la supervivencia. 

Pero ¡ojo!, no son perfectas, ni mucho menos, y como diría alguien, ni falta que las hace. En ocasiones se las ve al límite de su capacidad, y la sonrisa forzada no puede ocultar el dolor y el sufrimiento que están sobrellevando; entonces es posible ver como unas pocas lágrimas las hacen más humanas y los que tenemos la suerte de andar por esos andurriales justo entonces; percibimos como se nos dilata el corazón, y se nos ralentiza el ritmo cardíaco, al tiempo que la emoción supera al resto de sentimientos. Ser más grande es casi imposible, y el respeto por estas “toreras” se torna en admiración.

Es un placer, verlas al entrar en su terreno; y allí donde otros retroceden, ellas controlan; lo mismo dan pases naturales, que recortan o gallean. No le temen a los pases de pecho y son capaces de ejecutar un volapié a la montaña más empitonada; y aunque a veces esta tira derrotes a las toreras intentando pillarlas desprevenidas; ellas le salen al encuentro por verónicas, sabiéndose capaces de resolver el lance, también las hay diestras en el arte del engaño y para cuando la montaña quiere darse cuenta, ya está desarmada e indefensa.

Yo siempre he dicho, que están más preparadas que nosotros para el sufrimiento más intenso; tal vez la maternidad haya ido dejando posos a lo largo de los siglos y la clave esté en sus genes femeninos. Si volviésemos tan solo cien años atrás y cualquiera de estas chicas intentase repetir la más pequeña de estas hazañas, tendría que ser muy hábil para burlar el manicomio. No hay más que fijarse en alguna de sus precursoras en otros campos, donde solo las más fuertes entre las más fuertes lograron llevar a cabo sus deseos, ya fuera volar, pilotar un coche de carreras, poner un pequeño negocio, o simplemente viajar.

Tienen nombres y apellidos normales y corrientes, vidas sencillas pero muy intensas, y no se las suele ver ir de “machitos” por haber ganado tal o cual carrera de prestigio. Algunas ciertamente podrían, pero no se suele dar el caso.

Cuando salen a competir compiten, cuando salen a disfrutar disfrutan, pero en ocasiones también salen un poco forzadas por las circunstancias y como el resto de mortales, lo pagan generalmente con alguna lesión que las aparta del ruedo momentáneamente; porque esa es otra; no son enfermas normales ni habituales y en ocasiones una lesión que podría dar para dos meses, en su caso, solo da para una semana. Se lo cuentas a alguien y se piensa que le estás vacilando, pero una vez más la realidad se empeña en nadar contra corriente.

Algunas tienen cabecitas, pero casi todas son cabezotas y si no que nos lo digan a nosotros que de eso sabemos un rato. Si deciden que hay que terminar, pues hay que terminar, y ya pueden caer chuzos de punta, ya pueden volverse locos los termómetros, los cronómetros o los altímetros, o lo que se ponga por delante, que las verás llegar cojeando en el mejor de los casos agarradas con desesperación a los bastones, pero contentas con haberse salido una vez más con la suya.

Bromas aparte; es un privilegio verlas subir y bajar por lugares inverosímiles para el resto de los mortales, como quien cose; y cada vez sucede más, que lo que en algunos casos desdibujaba el rostro de alguno de sus rivales masculinos cuando estos se quedaban atrás, se va convirtiendo en un signo de respeto y admiración, no solo por la alegría y colorido que aportan al recorrido, sino sobre todo, porque, ya no necesitan demostrar nada más y se han metido al respetable en el bolsillo.

Tal vez quede algún rescoldo de desigualdad por ahí sin solucionar; pero el reconocimiento de vuestros compañeros de fatigas y la admiración de los que solo os admiramos y disfrutamos con vuestro esfuerzo es cada vez más unánime.

Si el extraordinario Francisco de Goya apareciese en nuestra época con su genio y sus pinceles, ya no distinguiría donde está el diestro y donde la cuadrilla; dejaría de pintar aquella España canalla, y terminaría pintando, los rostros y los gestos de toda la “torería” dispuesta a pelear con la montaña.


Epílogo:
En realidad, en mi artículo anterior "Los toreros de las montañas" intenté que el resultado fuera totalmente neutro, en ningún momento pensé en hombres o mujeres, solo que al tener más cercanía con ellos,  tal vez como por desgracia, viene sucediendo a lo largo de los siglos, me haya dejado llevar de mi lado masculino y en lo individual solo sale feflejada una de vosotras, de modo que  sintiéndome deudor, he tratado de compensar la balanza con este otro artículo que os dedico de corazón.

Puede que no haya podido alcanzar vuestra comprensión con estas líneas, incluso alguna de vosotras, pensará que sobra más de la mitad y falta casi todo; otras que “a que te metes Manolete”; incluso alguna verá cierta actitud machista; pero aún así, y desde la humildad que me otorga saberme ignorante; quiero que resuene en vuestros oídos el ¡OLÉ! más sincero que os podáis imaginar, y tened por seguro que si yo fuera el presidente de la plaza, os ofrecería sin dudarlo, LAS DOS OREJAS Y EL RABO (del toro por supuesto).