Cuando papá tenía mi
edad, jugaba al tenis y por lo que me ha contado ganaba muchos
partidos; incluso una vez ganó un campeonato provincial por parejas,
a pesar de que su compañero era un paquete.
Yo también llevo cinco
años jugando al tenis; pero por mucho que intento ser como él, no
lo consigo; y para colmo, cada vez estoy más a disgusto y noto como
voy perdiendo fuerza y como cada vez tengo menos ganas de ir a
entrenar; supongo que seguramente tiene toda la razón cuando me dice
que no valgo para nada.
Los lunes miércoles y
viernes alquilamos la pista y me intenta enseñar alguno de los
trucos que le hicieron famoso; como un saque que él llama “de
rosquilla”, que es como un liftado pero con un toque especial que
hace que la bola en cuanto toca el suelo se desvíe de su
trayectoria.
Los martes, jueves y
sábados tengo un entrenador y algún domingo partido. Sinceramente,
estoy un poco harto del tenis, y papá me lo ha debido notar, porque
ayer mismo, me dijo que, para lo que estoy haciendo, mejor sería que lo dejara, porque jamás lo voy
a conseguir; pero como yo no quiero defraudar a mi papá, el martes
allí estaba yo en la pista intentándolo de nuevo. Papá se puso muy
contento y me dijo: “así se hace hijo”. Ahora me dice que sí
puedo, pero aunque pongo todo el interés del mundo, veo que esto no
es lo mío; continúo un tiempo, hasta que llega un momento en que ya
no me apetece ni entrenar, ni estudiar, ni tan siguiera salir con los
amigos; no sé qué me pasa, pero estoy triste y no dejo de pensar
que así, esta vida no vale la pena.
Mis notables se has
deslizado discretamente hasta el aprobado y para colmo, esta
evaluación me cargo las mates y la historia. De nuevo vuelvo a
escuchar el “no sirves para nada” y el “yo a tu edad…”;
pero ahora las voces de mi padre me llegan como de lejos y me da
igual; bueno, igual igual, no me da, esa es la verdad; pero no tengo
ganas de volver sobre lo mismo, no quiero discutir, he aceptado lo
que soy y me encuentro como un coche subiendo una cuesta en punto
muerto a punto de perder la inercia.
Odio despertarme por las
mañanas; ahora mismo, no sé qué pinto aquí; algunos de mis amigos
me llaman para salir, pero no quiero ir ni a los cumpleaños (con
lo bien que lo pasaba). Verdaderamente lo estoy pasando
muy mal; antes había pequeñas cosas que me motivaban, que me
estimulaban y me hacían feliz; ahora mismo, no se cual es mi papel
en esta mierda de vida.
El miércoles, yo que
nunca he matado una mosca, me pegué con uno del “B”; en
realidad, no me hizo nada, pero tropezamos en el pasillo y no sé que
me pasó, pero solo me faltó echar espuma por la boca. Pensar que
tengo que entrar en casa y aguantar una vez más los sermones del
viejo, me enciende, me pone de los nervios y cada vez lo aguanto
menos; para colmo el viernes, cita con el tutor; seguro que de esta
me echan. Pues si es así, a tomar por el saco.
He estado hablando con el
tutor más de hora y media. Me ha contado que en la vida hay etapas
que se nos antojan muy duras, pero, no lo son tanto si sabemos verlas
con los únicos ojos que tenemos, es decir, los que están bajo las
cejas. Que la mayoría, mira con los de los demás mientras cierra
los suyos, y que eso mismo es lo que a mí me pasa.
Me dice que miro con los
ojos de mi padre, y eso no tiene sentido, pues no es, ni mi propia
realidad, ni la suya; y que es evidente que la mía, nada tiene que
ver con jugar al tenis.
Cada uno nacemos con unas
cualidades (me dice), que nos hacen
particulares y únicos. Por desgracia, la sociedad no lo tiene en
cuenta y se empeña en darnos el papel equivocado. Hay que ir a misa
los domingos, disfrazarse de “normal”; hay que decir “amén”,
“si” y “de acuerdo” aunque no nos guste; y a veces, hay
padres que sin querer, mutilan las ilusiones de sus hijos.
Una cosa es respetar a
los padres, y otra ser esclavos de sus ambiciones, de sus sueños o
de sus frustraciones; lo segundo destruye nuestra autoestima, que
podríamos decir que es la estimación (valoración), que cada uno
hace de sí mismo a lo largo de su vida; de modo que cuando lo hecho
satisface, la autoestima tiende a crecer, provocando que nos
valoremos más; por el contrario cuando buscamos satisfacer los
deseos de los demás, tiende a mermar, hasta llevarnos a un punto
crítico, que tiene por nombre “depresión”.
Creo que lo he entendido
bien; pero la duda me consume ¿lo entenderá también papá?.