Parece
ser; la palabra derrota, un término netamente militar, que tiene
mucho que ver con cierta visión, de un montón de hombres
desperdigados por el campo de batalla, tirando las armas para poder
correr más rápido y en una situación de “sálvese quien pueda”,
que no dejaría de ser esperpéntica, si no fuera por la enorme
relación de este acto con el sufrimiento y la muerte.
No
está lejos de la definición otra palabra conocida: “derrotero”;
influencia por lo visto, del término francés “déroute”
(desbandada, dispersarse, perder el rumbo); que finalmente llegaría
hasta nosotros como “rota” (fuga; es decir abandonar
apresuradamente un lugar).
Por
lo que se ve, una palabra en sí misma, es un hecho aislado si no la
relacionamos con otras; pues bien, eso mismo ocurre con aquellos que
se sienten derrotados en su vida deportiva; siendo esa derrota, un
eslabón más, en una larga cadena de acontecimientos.
El
deportista no suele salir al albur; sino con alguna idea de lo que
puede acontecer a lo largo de la competición. Sin embargo, a veces
sin saber muy bien el porqué, pierde el norte, y toma otros
derroteros; otros caminos que no estaban previstos. Son esas
situaciones las que le abocan a lo incierto; y ante el protagonista,
aparecerá un muro, en lo más oscuro de su cerebro, que va a suponer
un tremendo lastre para alcanzar sus objetivos.
Hay
individuos que confunden guerra y deporte. En la primera, se trata de
utilizar todos los medios y estrategias para desmoralizar, inutilizar
y derrotar al adversario; en la segunda, solo existe un
protagonista, a veces vencedor, y otras ese hombre del que hablábamos
antes, desperdigado por el campo de batalla, perdido el rumbo y
desmoralizado.
Cierto,
que todos hemos oído hablar de cierto jugador de ajedrez, que ganaba
las partidas antes de sentarse frente al tablero, gracias a un enorme
trabajo de desgaste sicológico de su rival. No; no es ese el tipo de
procedimiento, tipo, “calentar el partido” que nos gusta, ni es
fácil encontrar un corredor que salga dando gritos y mirando a sus
rivales directamente a los ojos con la intención de paralizar sus
piernas ya desde la salida .
En
los deportes individuales sobre todo, deben prevalecer estrategias,
alejadas de la trampa y la cobardía, porque incluso la victoria
puede ser amarga cuando se sabe que no se han cumplido las normas de
buena conducta.
La derrota, tiene sabor amargo; a veces es un síntoma de descontrol, de no confiar en las posibilidades, de ausencia de motivación, e incluso de cierta cobardía.
No
suele ocurrir muy a menudo, pero existe un tipo de derrota, dulce,
agradable; casi deseada, que es la que proviene de una retirada por
hartazgo, por acumulación de sensaciones desagradables, por no
encontrar el sitio, o porque físicamente el deportista siente que no
puede más. En este caso el individuo aún no consiguiendo su
propósito, encuentra una situación de liberación, al poner fin a
sus problemas con el abandono.
Sin
embargo, cuando corres todo lo que puedes, cuando das todo lo que
tienes sin reservas, cuando no te engañas a ti mismo con falsas
expectativas, cuando comprendes que el error es una herramienta para
el aprendizaje, o cuando no te rindes, y aún así, no eres capaz de
impedir que te adelanten casi todos o todos los corredores; la
derrota puede ser dulce, porque no estás aplicando términos de
guerra, sino disfrutando de una partida contra ti mismo, y es posible
que incluso llegando el último, hayas hecho la mejor carrera de tu
vida, que tu meta era finalizar, o que simplemente te hayas
encontrado tan bien durante todo el recorrido, que ya estás pensando
solamente, en repetir de nuevo cuanto antes.