RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

11 jun 2013

De vuelta al pueblín

Tengo un amigo que se llama Floro, nunca me he atrevido a preguntarle de donde viene ese apelativo, porque tiene un defecto; se mosquea con nada.

Nació Floro en una de esas ubicaciones imposibles que terminan recibiendo el título de “Parque Natural” “Espacio protegido” o “Reserva del no se qué”.

Es un pueblo perdido en el culo del mundo (bueno eso era antes), donde hasta el más tonto era capaz de traer a casa algo para la cazuela, y en muchas ocasiones, sin gastar un solo cartucho.

Los hombres y mujeres de la localidad, aún eran auténticos, tanto los más bonachones, como los de mala baba. Evidentemente siempre hubo disputas, sobre todo por los lindes de las cuatro tierrucas que había próximas al pueblo, pues el resto todo era monte.

Como la gran mayoría, estudió, gracias al esfuerzo de sus padres, incluso pudo asistir al colegio en régimen interno en la capital; de este modo, paso a paso, podemos decir que sus estudios le separaban cada vez más de sus raíces. 

Era Floro un hombre eminentemente de campo, pero tras elegir la carrera de periodismo, las posibilidades de quedarse en el pueblo eran remotas; si a esto le unimos que por diversas circunstancias, su familia optó por rehacer su vida en una gran ciudad, estamos hablando de hechos consumados.

Aparecer de pronto en una gran ciudad, no es un plato de buen gusto para casi nadie, de modo que les hay que se adaptan al fluir de la corriente laboral y les hay que no se conforman, y buscan con ahínco su lugar. Floro es de estos últimos y ese esfuerzo diario y las noches en vela fueron dando poco a poco sus frutos.

En lo laboral, fue creciendo a la par que su nombre salía del anonimato, para incorporarse al elenco de personajes conocidos e incluso medianamente influyentes de la ciudad.

Las cosas parecían sonreírle, pues durante ese tiempo conoció a la que hoy es su señora, y como la vida sigue su curso, fueron viniendo los hijos, los nietos y los inconvenientes que siempre surgen hasta en los mejores hogares.

Era esta familia de las previsoras, de las que no gastan más de lo que tienen, y de las que ponen el vino a enfriar, por si hay visitas inesperadas. De modo mes a mes, año a año, consiguieron hacer crecer los dígitos de una cartilla, depositada en un famoso banco.

Con el tiempo, su hombre de confianza, les ofreció un producto que cumpliendo la máxima de Floro “cero riesgos”, les ofrecía alguna ganancia más, que la que obtenía por mantener su dinero en la cuenta corriente.

No pasó mucho tiempo, cuando estando Floro en la redacción de su revista, le tocó supervisar, el artículo del encargado de la sección e economía que tenía por título: “Preferentes, ya no os quiero”. Así, a palo seco, le dio la risa, pero para cuando terminó el artículo, le había mudado el color de tal manera, que llamó enormemente la atención de alguno de sus colegas.

Tras varias llamadas infructuosas, y tras varias visitas al banco, pudo constatar con incredulidad, que la totalidad de sus ahorros, se había evaporado; pudo constatar también que al parecer no era el único al que le habían engañado con falsas promesas. No era Floro un hombre especialmente desconfiado, tampoco era un especialista en fondos ni otras historias; para eso estaba su contacto en el banco, su “hombre de confianza”.

La ley de Murphi se cumple a menudo, pero más, cuanto más negativo es el suceso. No pasaron ni tres meses cuando otra noticia vino a golpear de nuevo a nuestro hombre; la revista no pagaba a los trabajadores, y la cosa pintaba mal. 

Tanto Floro como sus compañeros, sacaron pecho y siguieron trabajando sin cobrar; hubo cambios y mi amigo tomó las riendas. De nuevo volvieron las noches en vela de sus comienzos y los trabajos a deshora; pero los que controlan esta crisis, no están por la labor de reflotar, sino de hundir, y llegó el día del cierre final.

Son otros tiempos, los gobernantes, al amparo de las multinacionales, juegan a la perfección el servil papel de traidores a la ciudadanía; de modo, que con una compensación tan pequeña, después de meses sin cobrar, y sin los ahorros de toda la vida, Floro se echó las manos a la cabeza; curiosamente, no pensó en él, sino en cómo se las apañaría su compañero Sergio con tres hijos y una hipoteca, o Dani, al que ya no le llegaba para pagar la residencia de su padres ambos con alzheimer.

Me cuentan los amigos, que hoy Floro es un hombre básicamente feliz; vive de lo que le dan un par de parcelitas que heredó de su padre y de una tía; los gastos de la gran ciudad han desaparecido, el agua la obtiene del mismo pozo, que escavó con sus manos el abuelo Ignacio; han pasado muchos años, pero en el río aún cae algún pez; sigue habiendo animales en el monte, amén de avellanos, castaños y otros árboles que proporcionan frutos silvestres. 

Floro, que ha vuelto a sus orígenes, y aunque ya no sea capaz de adivinar el tiempo que hará mañana; observa con desconfianza el rastro que dejan los aviones en el cielo de madrugada, y se pregunta cuanto tiempo pasará hasta que los de las preferentes ataquen de nuevo.