OLOR A META
Siempre hay un punto
geográfico (no al modo tradicional), que está situado en la
mente de cada corredor a partir del cual su confianza en culminar su
hazaña se agranda como muchas de esas leyendas que pululan por ahí
de mujeres y hombres que realizaron grandes gestas.
Como ocurre con el resto
de las cosas, ese punto varía en cada corredor. Les hay que ya
saben que salvo circunstancias muy, muy extremas, van a llegar
(aunque sea muertos), antes incluso de que se de la salida;
pero con la mayoría no ocurre lo mismo, de modo que cuando en el
meridiano de la prueba algunos ya se ven pasando bajo el arco de
meta, otros muchos aún no las tienen todas consigo.
Hay por lo general dos
circunstancias entre otras muchas, que provocan sentimientos
encontrados y muchos han pasado por ambos en más de una ocasión.
Cuando a falta de veinte o treinta kilómetros la mayoría se crece y
ve como aumentan exponencialmente sus expectativas de cumplir su
sueño; otros sobre todo cuando no están mentalmente preparados, o
han sido objeto de algún tipo golpe o pequeña lesión, no las
tienen todas consigo y se preguntan a cada kilómetro ¿seré capaz
de llegar?.
En el segundo caso, las
dudas son más que razonables, lo mismo que el sufrimiento en
ocasiones extremo junto a una visión un tanto lejana de la línea de
llegada. A veces aparecen los “que pinto yo aquí”, “lo
que tengo que hacer es retirarme”, o ¿me aguantará el
tobillo?, ¿podré continuar cojeando los 25kms que me
quedan?.
En el primero, por el
contrario, aparecen signos evidentes de satisfacción, de alegría,
la sonrisa llega fácil y las piernas a pesar del enorme esfuerzo al
que han sido sometidas, parece que van solas y prácticamente no hace
falta influir en el subconsciente para poder continuar. Los repechos
siguen siendo repechos y a veces duelen y mucho, pero ya se asimilan
de otra manera. Ese es el poder de la mente, que aún estando el
cuerpo mucho más trabajado, aún habiendo acumulado horas y horas de
fatiga, es capaz de engañar hasta las piernas más flojas y permitir
al corredor aguantar ese sufrimiento muscular a veces agónico al que
se enfrenta y salir airoso.
Son los agraciados de la
ruta, los nervios y hasta las prisas desaparecen y algunos casi
pedirían repetir esos últimos kilómetros de la prueba, (otra
cosa es que les ofrecieran esa oportunidad); en realidad, no
desean alejarse de esos instantes de plena satisfacción porque se
saben ganadores reales y no virtuales, muchos de ellos están
mentalmente drogados y notan los efectos inmediatamente, de ahí el
no querer abandonar esa sensación que aún les durará muchas horas,
a veces días y en ocasiones les convierte en adictos a las carreras
por montaña de por vida.
La meta es ya el subidón,
la descarga más fuerte de adrenalina para el que corre por la
montaña; y sin embargo, es el momento en el cual alguno piensa
“estoy hecho una mierda, pero ha valido la pena”.
La realidad se impone, “F I N A L I S T A”, y a veces todas las molestias del cuerpo despiertan al unísono y escuchamos ese “nunca más” que señala en el noventa y nueve por ciento de los casos, el pistoletazo de salida en la planificación de la próxima carrera de larga distancia.
La realidad se impone, “F I N A L I S T A”, y a veces todas las molestias del cuerpo despiertan al unísono y escuchamos ese “nunca más” que señala en el noventa y nueve por ciento de los casos, el pistoletazo de salida en la planificación de la próxima carrera de larga distancia.