CRÓNICA ALEGRE DE UNA RETIRADA
Me
llamo Raúl; llevo ya un par de años en esto de correr, tengo que
reconocer que he mejorado mucho desde mis comienzos, pero si he de
ser sincero, estoy lejos del nivel que busco.
Entreno
todos los días como un negro, me machaco las piernas y los brazos en
mis sesiones de gimnasio, destrozo las zapatillas más caras en mis
entrenamientos, por asfalto, hierba, tierra, roca o barro; voy al
osteópata, dos veces por semana y una vez al mes al sicólogo; me
gasto un pastizal en un endocrino y en un preparador físico; me hago
análisis una vez al mes y tomo todos los complementos que me piden,
pero de un tiempo a esta parte, noto que no avanzo.
Lo
cierto es que últimamente me suceden cosas un tanto extrañas; y
para colmo, cada uno me cuenta una película diferente de lo que me
ocurre.
El
sicólogo, me dice que tengo que enfrentarme a mis miedos, el
entrenador que todo va bien, el nutricionista que perfecto, y el
osteópata que me nota algo tenso, pero ¿cómo no estarlo?
Por
el contrario, algunos de mis amigos me dicen que el sicólogo, el
entrenador y el nutricionista no tienen ni puñetera idea; que es
evidente, que estoy en los huesos desde que me he metido en esta
historia, y que eso no puede ser bueno. Que tengo la cara chupada y
me ha cambiado el humor; en definitiva que soy la versión
cascarrabias del que era.
Tal
vez tengan algo de razón; de modo que he decidido parar y
recapacitar.
Al
principio no me preocupaba de nada, salía a correr y aunque me llevó
mi tiempo, pronto me vi capaz de estar corriendo alrededor de una
hora sin cansarme demasiado. Más tarde fui capaz de ganar a grandes
corredores, pero no era por ellos por lo que me ilusionaba, sino por
alcanzar mis propios límites, y el modo de lidiar con mi sufrimiento
personal.
He
meditado mucho, y comprendo, que me he vuelto demasiado exigente
conmigo mismo, puede que me haya apartado un poco del lado espiritual
para centrarme en cosas materiales; incluso tengo que reconocer
aunque me cueste, que últimamente, me dedico a proyectar
pensamientos sin control que a lo único que me llevan es a ver
gigantes en vez de molinos.
Me
he obsesionado algo con buscar la perfección, he tratado de abarcar
muchos frentes, me he dejado llevar por la vorágine de carreras y
carreras, me he dejado querer por el ritual de la fama y me he
olvidado de lo que realmente buscaba con esto de correr.
Ha
sido una dura semana de meditación, pero finalmente he comprendido
que no es la perfección, lo que debemos buscar en la vida, sino la
aceptación de lo que somos.
Tal
vez vuelva a competir, pero cuando lo haga, será de acuerdo a los
ritmos que mi cuerpo me pida; correré como antes con una sonrisa en
la boca y no un rictus de amargura y sufrimiento.
Mi
objetivo ya no será estar con los mejores, ni mejorar marcas o
puestos, sino disfrutar como un niño, pasármelo bien, siendo capaz
de captar lo que hay a mi alrededor; de sentirme libre, de volar.
Los
demás que hagan lo que quieran.