Lo hemos oído todos un
millón de veces: “somos animales de costumbres”.
Basamos nuestras vidas en
rituales, en prácticas repetitivas como llegar a casa, cambiar la
ropa de calle por algo más cómodo, sentarse en el sofá con el
mando de la tele en la mano, ver nuestro programa favorito y así
hasta el infinito.
Cuando las costumbres
tienen que ver con el amor, la cosa no cambia mucho, cambia solo el
hecho de que ahora estamos ante una persona, y no ante un objeto que
consienta ser manejado a nuestro antojo.
Cuando una pareja rompe,
siempre se reparte desigualmente el dolor; nos enfrentamos a una
pérdida de ilusión, fracaso, soledad, desgarro, frustración,
depresión en ocasiones, pero sobre todo al vacío.
Tal vez esa es la clave,
“vacío”, ahora no hay nada donde antes existía algo, y el
asunto pasa a grave si una de las partes no había previsto que
pudiera ocurrirle algo parecido.
El sujeto, se ve asaltado
por muchos recuerdos, y existe una confrontación entre lo agradable
del pasado y el resquemor del presente, porque todo hay que decirlo,
el odio forma también parte de la separación y a veces esa aversión
hacia el otro, se transforma en venganza.
Es entonces cuando
aparece el autoengaño, las excusas, los detalles, el puntillismo
asesino que no da lugar a otra cosa que la obsesión, es decir el
bloqueo mental que no deja al individuo pensar con libertad.
La mente juega malas
pasadas en este punto y cualquier cosa puede suceder a partir de este
instante, pero por lo general esa “no aceptación” de la realidad
nos llevará a la destrucción a veces por desgracia de las propias
personas.
¿Qué podemos hacer?
Ciertamente, no es
sencillo, lo prioritario sería vencer los deseos de venganza que no
son otra cosa que un afán de posesión de algo que nunca tuvo dueño;
por tanto, hay que hacer planes en los que no entre la otra persona.
No es imprescindible el
olvido, pero si es necesario aparcar esos recuerdos en la carpeta
del pasado; sobre todo los recuerdos más íntimos (que
a veces son los que más torturan la mente) que deben ser
excluidos de nuestra vida diaria para no caer en la depresión a la
que nos llevaría ese conflicto entre el deseo y el vacío que se
crea con la ausencia y la privación.
Hay que abrirse de nuevo
al mundo “real” y reencontrarse otra vez con aquello que nos
alegraba “antes”. Dar prioridad a aquellos que de verdad nos han
querido y compensarles si fueron objeto del fuego cruzado.
Establecer nuevas metas,
(incluso algunas antiguas), y retomar
amistades. Es el momento ideal para hacer, no para destruir.