Barriendo para casa
No es nada inusual en
deportistas de cualquier signo, escuchar frases como estas: “no
sé lo que me pasa, pero lo cierto es que no tengo ganas de
competir”, “ya
hace unas cuantas semanas que ni siquiera me apetece salir a correr
por las tardes”, “es llegar a casa
después del trabajo y perder de inmediato la ilusión,
incluso aunque haga un día espléndido, me quedo sentado en el sofá
como un idiota y ahí me las den todas”.
Evidentemente, nadie
tiene el cuerpo a prueba de bombas o por decirlo más suavemente,
asegurado contra cualquier tipo de conflicto; a veces un pequeño
contratiempo como que no nos salga algo como teníamos previsto, da
al traste con parte de nuestras ganas de vivir, incluso aunque ese
contratiempo no sea vital en absoluto para nuestro devenir diario.
Les hay que se agarran
unos cabreos monumentales cuando pierden el autobús, otros se
amargan el día porque la cerveza les ha sabido rara o porque alguien
que venía en sentido contrario les ha rozado con el hombro y no les
ha pedido perdón (incluso en el caso contrario).
Se repite hasta la
saciedad, aquello de “somos animales de
costumbres”, y desde luego a poco que observemos a
nuestro alrededor, veremos que es completamente cierto.
No contábamos con que
podríamos tropezar con alguien en el camino, o que no nos gustaría
tanto la cerveza como en otras ocasiones, o que podríamos perder el
autobús, pero sucede y ocurre a menudo que surgen barreras en
nuestro camino que nos impiden alcanzar nuestro objetivo del modo que
habíamos previsto.
Esto, evidentemente, no
es ajeno a la gente que corre, incluso sucede más a menudo o cuando
menos, tantas veces como “en la vida normal”,
y ocurre cuando nos sobreviene una torcedura, llueve, hace sol, o
nos vamos de bruces al suelo perdiendo unos segundos preciosos o
cuando no alcancemos el objetivo que nos habíamos previsto…
Todos esos inconvenientes del vivir, no son en la realidad más que errores
comunes en el planteamiento previo a la carrera que hemos instalado
en nuestra mente, y entre los pequeños entresijos de los que consta
esa obra teatral que habíamos confeccionado con mimo, nos han
faltado algunos elementos con los que deberíamos haber contado; a
ningún músico le gusta desafinar, pero a veces simplemente ocurre.
Cuando una persona desea
que suceda algo con fuerza, evidentemente está generando ilusión,
tanta que llega a percibir como real lo que solo era producto de su
imaginación, en cuyo caso será factible la aparición de ciertos
estímulos generadores de una fuerte corriente plagada de
optimismo, entusiasmo, incluso una alegría desbordante que nos puede
llevar a deformar la situación en nuestra mente, de tal modo que nos
cerremos a otras posibles realidades.
Hacerse ilusiones, no es
verdaderamente un error, prefabricar situaciones, o hacer planes
forma parte del género humano, pero nunca debemos olvidarnos que el
mundo gira sin necesidad de que le empujemos; y tenemos que ser
conscientes, de que hay tantas posibilidades de que nuestros sueños
se cumplan, como de que no.
Por lo tanto el corredor
que sea capaz de entenderlo, nunca se sentirá insatisfecho, porque
será capaz de adelantarse, tanto a esa lluvia que tanto le molesta,
como a la caída inesperada o la pérdida de ese puesto imaginario.
La diferencia estará en que si sucede nada alterará su camino, no
encontrará motivos para dejar de luchar, porque ya contaba con los
imponderables.