Puto guiquen (par
chu)
Tras poner las dos
lavadoras, me fui a la piltra, ya pasado de largo el día anterior, y
por supuesto ¡no pequé ojo!, por un momento, a la altura de mi
pingüino, número trece mil, me pareció que mi cuerpo se inclinaba
del lado pacífico, pero fue mera ilusión, porque esa parte no
violenta, comenzaba a diluirse en una sustancia ácida que me
provocaba giros incontrolados de un lado a otro de la cama. Tan
ensimismado estaba en mi danza continua que ni me percaté del
momento en que mi acompañante gatuno huyó despavorido, para
abandonarse en los brazos de Morpheus en el que un día fuera mi sofá
favorito.
A las cuatro y cuarenta y
cinco, decidí que lo mejor sería mandar a la mierda esta fatídica
noche y preparar con calma el morral, no en vano, el “Alto Sil”
no deja a nadie en tierra a no ser que llegues un minuto tarde, de
modo que me planteé una nueva estrategia, a saber... llegar dos
horas antes.
Un desayuno fuerte me
puso inmediatamente las pilas, aunque he de decir que no lo hubiera
conseguido de no ser por la media botella de aguardiente, que me
sentó la mar de bien.
En la cochera me topé
con la primera nota desagradable del día, los vecinos me acusaban de
ciertas abolladuras en sus coches; hay que ser tonto de capirote,
como si no hubieran quedado rastros de sobra con las cuatro capas de
colores diferentes que presentaba mi vehículo, de modo que me dije
no hagas ni puto caso, que para eso está el seguro, y eso hice. Tras
desinflarles las ruedas de sus abollados vehículos pude por fin
arrancar pacíficamente para Santa Cruz.
Hasta el Manzanal, la
cosa fue de vicio, un remanso de paz se había instalado en mi
interior, era como si el volante cobrase vida propia, tomando las
decisiones correctas en el momento oportuno, todo transcurría con
una lentitud propia de una película japonesa, hasta que llegó el
cabrón del bocinazo.
La gente tiene muy mala
leche, bien podría haber parado un instante y preguntarme si me
ocurría algo, a lo que le hubiera respondido que no, que me había
dormido y punto, reconozco que tal vez dormir ocupando todo el
carril, no es lo más parecido a “perfecto”, pero uno a veces no
tiene opción de elegir, las cosas suceden y punto.
Visto lo visto, no debió
ser más que un instante, porque sobraba aún mucho tiempo, de modo
que en nada ya estaba otra vez camino de mi objetivo, pero como no
todo va a salir bien en Bembibre, no sé qué pudo pasar, pero el
caso es que cuando me quise dar cuenta otra vez estaba en el
Manzanal; afortunadamente esta zona la conozco como la palma de mi
mano, de modo que en un “plis-plas” ya tenía el cartel de Toreno
a la vista.
En Santa Cruz, me costó
lo mío gestionar esas dos cabronas de curvas, que no parecen nada,
pero te pones y mi buena media horita me llevaron, aparte del cabreo
de dos de los colaboradores que suerte tuvieron de que no me bajara
del coche, porque ya me estaban calentando con sus comentarios sobre
el origen de mi carnét de conducir.
Para el seguimiento de la
carrera, me pusieron en un todo terreno con los de la prensa (a
cuento de qué pensé yo), pero no tenía ganas de
discutir y como me dijo el conductor “tu delante conmigo”, ocupé
mi sitio sin decir esta boca es mía hasta que entramos en la primera
pista.
Sé que a estas alturas
de la peli, nadie me va a creer, pero eso no era un piloto, era un
kamikaze; derrapajes, frenazos bruscos, golpes en las rodillas, en
los hombros, en la cabeza, (solo digo que pasamos más
tiempo en el aire que en el asiento) y claro, llegó lo
que tenía que llegar; no sé de donde salió, pero el caso es que
salió, lo recuerdo bien, era una curva cerrada a izquierdas con un
precipicio a mi lado de al menos trescientos metros, (vamos
que no se veía el suelo), el coche quedó guapo, pero lo
peor es que entre el aguardiente, el café con leche y las galletas
del desayuno, había un pestazo que no había uno que no tuviera echa
la pinza sobre la nariz; salvo el conductor claro que necesitaba las
dos manos para maniobrar, y fíjate como estaría la cosa que abrió
las ventanillas de par en par y a pesar de los tres bajo cero nadie
dijo esta boca es mía (es más, yo creo que lo
agradecieron).
El caso es que lo que a
unos les va mal a otros les va bien, y yo ya libre de carga, y como
me pareciera oir castañuelas dale que te pego en la parte de atrás,
y a pesar del frío, me empecé a sentir hasta gracioso y me puse a
contar chistes para suavizar la cosa, pero creo que hice bien en
dejarlo, porque además de no reírse nadie, la cara de mala hostia
que pusieron cuando miré para atrás, me dejó bien claro que no
estaba el horno para bollos.
No me importó volver a
pata desde Primout, los paisajes son una pasada y es de esas cosas
que merece la pena hacer una vez en la vida. Por el camino me
encontré con uno que no paraba de decir “la que he liao, madre
mía” “la que he liao”, no se que liaría, pero no le pude
sacar prenda.
Al final me acoplé a la
parte trasera de un “cua” que se ofreció gentilmente a
llevarme, pero al poco preferí bajar porque se me estaban
revolviendo de nuevo las tripas.
Cuando llegué a la
plaza, ya no quedaba un grano de arroz, de modo que entre trago y
trago de vino se me fue pasando la tarde.