Puñetero país.
Hay tantas cosas
difíciles de entender en este puñetero país que nunca sabe uno por
donde comenzar.
Somos un país
de incongruencias, un país donde se venera a un golpista como Franco
y se entierra la memoria de la República que el pueblo eligió en el
pozo más profundo.
Un país, donde
los herederos casi-directos de aquella dictadura, siguen pululando
por las altas esferas de la política (ahora hasta los que dicen
haber nacido en democracia, falsean sus orígenes).
Un país donde
solo vivimos para escuchar lo que queremos oír aunque sean mentiras
como puños, al tiempo que nos molestan las verdades aunque sean solo
eso: verdades.
Un país, donde
hay niños que pasan hambre, donde algunas familias se las ven y
desean para calentar la comida que reciben de la ayuda social porque
les han cortado la luz.
Un país que
permite a los empleadores contratos por horas y pagas de esclavo
mientras nuestros políticos viven a lo grande.
Un país
enamorado de la quietud, del “no quiero pensar en eso ahora”, de
la obediencia hasta límites terribles, actos que pagamos con la
falta de trabajo, de cultura, de sanidad, de vivienda, de libertad, e
incluso de comida.
Un país que
acepta regímenes totalitarios e incluso agasaja a estos líderes en
vez de recriminarles por sus las barbaries cometidas durante sus
gobiernos.
Un país record
en recortes de libertades, en eres, en sueldos tercermundistas que no
dan para llenar un plato, en cantidad de trabajadores que se lo hacen
gratis a la empresa y van acumulando nóminas y nóminas que
finalmente quedarán en el más triste de los olvidos,
Un país (reino
lo llaman algunos), demócrata en los titulares, pero fascista por
sus actos.
Un país donde
muchos políticos se han convertido en auténticos embaucadores al
tiempo que son corderos de otros lobos mayores.
Un país donde
casi todos los partidos venden fiabilidad, y se postulan como
honorables aunque todos sepamos que por sus venas no corre la sangre,
sino fraude. Unos partidos políticos que asumen que lo primero son
las siglas a las que pertenecen y el pueblo una molestia necesaria.
Un país donde
los votantes, al igual que el perro de Paulov, solo esperan la
golosina del año electoral para dejarse llevar por esa agradable
música de las promesas a incumplir.
Un país, en el
que con la llegada de las elecciones, algunos agarran unos cabreos
monumentales, porque no pueden comprender que un obrero vote a quien
le explota; o como alguien puede repetir su voto a favor de aquellos
que le llevan a la miseria; por no hablar de los que votan al más
guapo, al más simpático o a quien viste mejor sin poner atención
en su trayectoria política, en lo que ha hecho cuando ha estado en
el gobierno que es lo que previsiblemente hará si vuelve a tener la
posibilidad de decidir por nosotros.
Más claro agua,
un país domesticado, y sometido, donde hay más cobayas que
ciudadanos o dicho de otro modo y actualmente, una mierda de país.