No soy muy aficionado a
echar flores en público a las personas con las que tengo alguna
relación, prefiero alabar las virtudes de gente más lejana, lo que
no quiere decir que estos se lo merezcan menos que aquellos.
No hace tanto, le tocó a
Pablo Villa por un reto que en mi humilde opinión, aunque
prácticamente no tuvo transcendencia fue algo digno de resaltar; se
trataba de hacer el anillo del Vindio en modalidad invernal junto a
Jesús Novás y Salvador Calvo. Fue un reto plagado de dificultades,
que se solventaron con mucha valentía y algo de locura, y fue tal
vez la insensatez y no el reto lo que me empujó a escribir un breve
artículo al respecto.
Ahora se trata de otro
anillo; y el protagonista es otro Pablo, esta vez se trata de Pablo
Criado Toca, un coleccionista de sueños, en los que las largas
distancias son la base fundamental antes que cualquier otra
circunstancia; salvo tal vez el lado divertido que siempre busca y
casi siempre encuentra en cada uno de sus retos.
Hace ya algunos años le
rondaba la idea de hacer algo especial; enlazar cuatro picos, el
Cervino, Monte rosa, Gran Paraíso y Monte
Blanco como si fuera una carrera, es decir, corriendo,
caminando y trepando, pero haciendo cumbre en cada uno de ellos (no
recuerdo ahora exactamente, pero baste decir que entre los cuatro
suman la friolera de más de diecisiete mil metros).
Alguien le colgó el
epíteto de “El Gigante de los Alpes”,
tal vez por un error de traducción, en referencia a los gigantes de
más de cuatro mil metros que acabamos de citar, y como se suele
decir, “malo es que empiecen”.
Si tuviera que destacar
una cualidad en Pablo Criado, tal vez sería su arte para disfrazar
sus enormes capacidades y convertirse en un ser del montón; creo yo
que es ahí donde radica su grandeza y como he dicho en alguna
ocasión su talento para hacer grandes amigos allá donde vaya.
El mensaje nunca fue
“seré el primero”, sino recalcar la
importancia de la seguridad en montaña, invitar a muchos aficionados
a que no sobrepasen sus límites y valorar el trabajo de muchos
profesionales que aman su cometido y realizan una labor fundamental
en las montañas.
Muchos hemos seguido sus
pasos aquí y allá, evidentemente cada uno a su manera; la mía es
frecuentar los gestos, y detalles que nos ofrecen las fotografías
del día a día y no puedo evitar acordarme de alguna de no hace
tanto tiempo y por la misma zona, en la que se podía apreciar un
aspecto totalmente febril en el rostro de Pablo y de preocupación en
el del Sr. Millán que siempre le acompaña allá donde vaya y lo
precise. En esta ocasión, aparte de una merma en su figura y barba
atrasada, el aspecto era festivo, de modo que no hubo nada que temer,
más allá de los peligros que entraña todo sueño.
El objetivo tras cerca de
cuatrocientos cincuenta kilómetros a las espaldas, y acompañado de
un tiempo lamentable que le obligó a realizar algún cambio en el
circuito, sin variar la filosofía; ha sido todo un éxito; los que
se declaran sus amigos han disfrutado como siempre, especialmente sus
“paisanos italianos”, sus
conciudadanos, y a nivel local, sus colegas del “Remoña”, su
base de operaciones en la localidad de Espinama, que viene a ser su
segunda, tercera o quinta residencia, pues es Pablo de esos que
tienen garantizado techo y sustento en los lugares más inverosímiles
del planeta.
Creo que es obligado
compartir este sueño realizado con sus amigos italianos y españoles, alguno de los cuales le acompañó en algún momento del lance; pero, dejando a un
lado a Millán (su padre), no podemos
citar a Pablo sin hablar de Ana Bustamante; (otra
perla donde las haya); que me confesaba haberse bebido de
un trago, doscientos cuarenta kilómetros de asistente, en esta aventura de la que
a buen seguro aún está disfrutando, pues bien sabe ella, que para
aventureros como ella y Pablo, siempre llega ese momento dulce que
sabe a oro molido, aunque les cueste luego levantar un dedo para
pedir cerveza.