Mi querida Azucena, no
sabes cuanto hecho de menos el entrañable olor de tu pelo en flor (que ahora se que siempre fue la envidia del resto de las flores). De
todos los recuerdos, me quedo con ese extraño don que poseía tu
piel al contacto con mi piel para enviarme mensajes profundos e
invisibles directamente a esa fuente del sentir y del amor que es el
corazón.
San Pedro me ha dado con
la puerta en las narices, y Lucifer ya resignado de tanto como ha
visto me ha dicho: “¿Qué esperabas tontalán?, para entrar
allá arriba hay que pagar un precio en la tierra que tú no has
pagado, no es a los humildes a los que dejan pasar, ni a los pobres,
ni a los desvalidos, ni siquiera a los que se han desvivido por los
demás”.
No se porqué volviste de
nuevo a ocupar mi mente por completo recordando aquellos días, los
últimos en que lo dejaste todo para velarme al amanecer y al
oscurecer hasta que tus hermosos ojos se apagaron para mí; se
terminó naufragar por tu mirada sublime; se agotaron al fin esa
multitud de silencios apasionados que me hacían tan feliz, aquí las
miradas no existen porque los ojos no tienen la capacidad de ver,
pero tristeza y frustración son moneda de cambio entre nosotros.
Es curioso que tenga uno
que morir para enterarse de lo que es la vida; ni honra, ni valores,
ni principios. Resulta que la vida consiste en batallar, en no
dejarse ganar, en no perder jamás cueste lo que cueste; pero siempre
bajo el mismo lema “a los demás, que les jodan”. Eso
explica porqué ahora el cielo lo ocupan los corruptos, los asesinos,
los que se han dado la vida padre abusando de todo hijo de vecino;
los que han predicado la bondad y han practicado la injusticia, los
que han cometido abusos por mandato divino.
Tengo aquí a mi lado
varias mujeres que trabajaban hasta 16 y 18 horas en telares
subterráneos de los que prácticamente no se podían levantar ni
para amamantar a sus hijos, ni para mear, ni para comer, ni para
respirar unos minutos el aire que allí les faltaba; he conocido
seres humanos que lo dieron todo para que la vida de los demás fuera
más llevadera, … yo comienzo a estar moreno, pero aquí casi todos
están negros como tizones, la vida que llevaron antes les quemaba
por dentro, y ahora se achicharran por dentro y por fuera.
¡Nada! Azucena, no
tenías nada; nada en la nariz, ni en el pelo ni en la cara, aquello
era un regalo que nunca supiste que me ofrecías, mientras yo me
extasiaba navegando en la inmensidad de tus ojos y me dejaba perder
en aquellos espacios atemporales e infinitos que suponían para mí
un remanso de dicha y placer. Tu siempre me preguntabas “¿qué
tengo?”, y no teniendo nada, lo tenías Todo.
Me pregunto si de haberlo
sabido antes, me hubiera convertido en el ser mas despreciable con
tal de ganar el cielo; si hubiera sido capaz de robar, de despreciar,
o de matar con tal de ganarme la tierra y el cielo de un plumazo. A
pesar de que las fuerzas del orden rodean el reino, al parecer ha
habido alguna filtración y por lo visto, los que habitan las alturas
se dan la vida padre, igual que se la dieron cuando habitaban la
tierra, lo que demuestra que no hemos sabido interpretar los muchos
mensajes que hemos estado escuchando durante toda nuestra vida; a
saber: “los dóciles, los hambrientos, los humildes, los
desheredados, los justos... se ganarán el reino de los cielos”.
Por lo que se ve, el
discurso tenía truco, ¿cómo iban a permitir todas estas buenas
personas que me rodean que se viviera a pata suelta en el cielo
viendo lo mal que está la tierra?. Somos esclavos de una maquinaria
que consiste en calentar a capricho a los de arriba mientras nosotros
nos tragamos todo el humo que nos obliga a toser sin descanso; y por
si fuera poco infierno, todos los días, un tal Durruti nos machaca
con que tenemos que asaltar el cielo, que esta gente no se ha matado
trabajando para esto, que esta muerte no es justa, y que así no se
puede seguir muriendo, y lo peor es que aún teniendo razón, nadie
parece hacerle mucho caso.
Mi querida Azucena, lo
que me consuela me desconsuela, pues ahora que comprendo que nos
veremos aquí, me gustaría poderte enviar un mensaje para que
cambies, para que seas la más mala entre las malas. De ahí mi dicha
y mi angustia; estoy triste porque se que pronto nos veremos, pero
más triste aún porque también se, que aunque te lleguen mis
mensajes, nunca les harás caso.