RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

12 oct 2015

NO ES MUNDO PARA HONRADOS



Mi querida Azucena, no sabes cuanto hecho de menos el entrañable olor de tu pelo en flor (que ahora se que siempre fue la envidia del resto de las flores). De todos los recuerdos, me quedo con ese extraño don que poseía tu piel al contacto con mi piel para enviarme mensajes profundos e invisibles directamente a esa fuente del sentir y del amor que es el corazón.

San Pedro me ha dado con la puerta en las narices, y Lucifer ya resignado de tanto como ha visto me ha dicho: “¿Qué esperabas tontalán?, para entrar allá arriba hay que pagar un precio en la tierra que tú no has pagado, no es a los humildes a los que dejan pasar, ni a los pobres, ni a los desvalidos, ni siquiera a los que se han desvivido por los demás”.

No se porqué volviste de nuevo a ocupar mi mente por completo recordando aquellos días, los últimos en que lo dejaste todo para velarme al amanecer y al oscurecer hasta que tus hermosos ojos se apagaron para mí; se terminó naufragar por tu mirada sublime; se agotaron al fin esa multitud de silencios apasionados que me hacían tan feliz, aquí las miradas no existen porque los ojos no tienen la capacidad de ver, pero tristeza y frustración son moneda de cambio entre nosotros.

Es curioso que tenga uno que morir para enterarse de lo que es la vida; ni honra, ni valores, ni principios. Resulta que la vida consiste en batallar, en no dejarse ganar, en no perder jamás cueste lo que cueste; pero siempre bajo el mismo lema “a los demás, que les jodan”. Eso explica porqué ahora el cielo lo ocupan los corruptos, los asesinos, los que se han dado la vida padre abusando de todo hijo de vecino; los que han predicado la bondad y han practicado la injusticia, los que han cometido abusos por mandato divino.

Tengo aquí a mi lado varias mujeres que trabajaban hasta 16 y 18 horas en telares subterráneos de los que prácticamente no se podían levantar ni para amamantar a sus hijos, ni para mear, ni para comer, ni para respirar unos minutos el aire que allí les faltaba; he conocido seres humanos que lo dieron todo para que la vida de los demás fuera más llevadera, … yo comienzo a estar moreno, pero aquí casi todos están negros como tizones, la vida que llevaron antes les quemaba por dentro, y ahora se achicharran por dentro y por fuera.

¡Nada! Azucena, no tenías nada; nada en la nariz, ni en el pelo ni en la cara, aquello era un regalo que nunca supiste que me ofrecías, mientras yo me extasiaba navegando en la inmensidad de tus ojos y me dejaba perder en aquellos espacios atemporales e infinitos que suponían para mí un remanso de dicha y placer. Tu siempre me preguntabas “¿qué tengo?”, y no teniendo nada, lo tenías Todo.

Me pregunto si de haberlo sabido antes, me hubiera convertido en el ser mas despreciable con tal de ganar el cielo; si hubiera sido capaz de robar, de despreciar, o de matar con tal de ganarme la tierra y el cielo de un plumazo. A pesar de que las fuerzas del orden rodean el reino, al parecer ha habido alguna filtración y por lo visto, los que habitan las alturas se dan la vida padre, igual que se la dieron cuando habitaban la tierra, lo que demuestra que no hemos sabido interpretar los muchos mensajes que hemos estado escuchando durante toda nuestra vida; a saber: “los dóciles, los hambrientos, los humildes, los desheredados, los justos... se ganarán el reino de los cielos”.

Por lo que se ve, el discurso tenía truco, ¿cómo iban a permitir todas estas buenas personas que me rodean que se viviera a pata suelta en el cielo viendo lo mal que está la tierra?. Somos esclavos de una maquinaria que consiste en calentar a capricho a los de arriba mientras nosotros nos tragamos todo el humo que nos obliga a toser sin descanso; y por si fuera poco infierno, todos los días, un tal Durruti nos machaca con que tenemos que asaltar el cielo, que esta gente no se ha matado trabajando para esto, que esta muerte no es justa, y que así no se puede seguir muriendo, y lo peor es que aún teniendo razón, nadie parece hacerle mucho caso.


Mi querida Azucena, lo que me consuela me desconsuela, pues ahora que comprendo que nos veremos aquí, me gustaría poderte enviar un mensaje para que cambies, para que seas la más mala entre las malas. De ahí mi dicha y mi angustia; estoy triste porque se que pronto nos veremos, pero más triste aún porque también se, que aunque te lleguen mis mensajes, nunca les harás caso.