“Cualquier
época del año es difícil para vivir en la calle, pero el invierno
es demoledor. El invierno es un cuchillo de hielo que atraviesa la
supervivencia, es tiritar de frío las veinticuatro horas del día,
es acortar sus vidas cada año. Sobrevivir es a veces imposible, no
solo por el invierno, también por la rigidez de una administración
que actúa como un segundo invierno con sus férreas decisiones”.
(Recomiendo leer el
artículo completo a los que gusten de los animales
http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Albergues-cierran-puerta-transeuntes-animales_6_450814921.html
)
Estas
líneas que no son cosecha propia, por mucho que las considere mías
y universales, me dan pie para hablar de otras cosas.
Tal
vez no tenga nada que ver, pero esta situación que desgraciadamente
vivimos aquí en nuestro país me ha llevado a pensar en aquellos que
durante años eran privilegiados, tenían sus trabajos e incluso sus
negocios y por culpa de una maldita guerra que ninguno pidió, han
perdido la capacidad de sentirse seres humanos, han perdido padres,
hijos o hermanos, han sufrido en lo físico y en lo síquico y se han
visto abocados a luchar por la supervivencia diaria, en el peor de
los escenarios posibles. Vistas así las cosas, ¿quién podría
desear una guerra?
Tras
miles de bombas, tras ingentes gastos en armamento militar que sin
duda podrían terminar con todos los problemas de todos los
desfavorecidos de la tierra, ya vemos el camino e intuimos cual ha
sido el resultado; primero aparecen los terroristas, luego los
salvadores de la humanidad y después las bombas que nunca
discriminan entre benefactores y malvados o entre ancianos, hombres,
mujeres o niños, y desde luego tras muchos años, podemos comprobar,
que no solo no han conseguido la extinción del terrorismo, sino su
expansión.
Evidentemente
alguien ha salido ganando, no podía ser de otro modo y también
percibimos que el ganador ha sido el negociante y por extensión
aquellos políticos que han ayudado a fomentar estas políticas de
invasión y guerra en determinados países y que suponemos han
recibido y seguirán recibiendo cierto tipo de emolumentos, entre los
cuales seguro que podemos contar con eso que llaman puertas
giratorias; es decir dar la impresión de que trabajan para los
ciudadanos, cuando en realidad trabajan para la multinacional de
turno, que bien puede ser como en este caso una empresa
armamentística que al terminar el tránsito político, a buen
seguro, habrá guardado un puesto tal vez de los de dar consejos, muy
bien remunerado en alguna de sus grandes empresas repartidas por el
mundo.
Pero
volviendo al asunto; uno se imagina (que
es mucho imaginar por cierto),
caminando por un barrio de cualquiera de esos paises que
viven el horror a diario, yendo a un hospital a visitar a un
familiar, o al mercado a ver como se las apaña para llevar algo de
comer a casa y de repente (seguimos
imaginando), nota como todo
tiembla y al momento siente la ropa empapada de sangre sin saber que
ni siquiera es suya, nota como traga más polvo que aire; aún no se
ha movido del lugar donde la honda expansiva le lanzó y es
consciente de que está pero no está, que es pero no es, y sabe que
tiene que tomar la dura decisión de comprobar sus propios daños,
pero el miedo le sigue prohibiendo cualquier movimiento, piensa
(continuamos imaginando)
en sus hijos que estarán esperando en casa con el estómago vacío
desde hace tres noches; ni se le ocurre pensar que los que lanzaron
las bombas fueron algunos de los países más demócratas y más
civilizados del planeta, pero lo peor no ha pasado, porque lo que
aún no sabe pero lo sabrá, es que todos sus hijos se han ido con su
mujer fallecida va para un año en un atentado en la misma plaza
donde el se encuentra tumbado, aquella vez dijeron que habían sido
los malos y ahora la bomba que ha destrozado su casa pertenece a los
buenos.
Intento
seguir imaginando pero ya ni puedo ni quiero.