A algunos os habrá
sucedido alguna vez, que en mitad de la noche sobreviene un terrible
ataque de vida, que te convida a levantarte inmediatamente y a
realizar algún tipo de actividad casi de inmediato, cuando aún no
te has liberado del sopor de tu último sueño.
Tal vez tu primer acto
sea encender el ordenador por algún motivo que solo tu subconsciente
conoce, ponerte el mandil, ordenar la herramienta en el garaje o tal
vez coger el boli y escribir letras perdidas sobre un papel en
blanco, sea lo que sea, aquello que tu mente te ordene, recibirá
posiblemente una respuesta negativa de tu cuerpo que no terminará de
comprender que haces a estas horas fuera de tu cama.
Son momentos de extraña
lucidez, incluso de rebeldía, en los que pareciera que tu actividad
cerebral se multiplica por mil, al tiempo que tus pulsaciones
somnolientas se mantienen a la baja como si una parte de tu cuerpo no
quisiera participar de este festín vital.
Son minutos (a veces
solo segundos) de trasegar ideas, ilusiones y hasta proyectos que
en la mayor parte de las ocasiones, volverán al lugar que les
corresponde; es decir se mezclarán con la oscuridad y el silencio
nocturnos para desaparecer como desaparecen tantos proyectos a lo
largo de una vida.
Son muchos siglos de
consignas, y solo unos pocos seres libres (sin saberlo), serán
capaces de huir de la rutina, de las normas, de las reglas
establecidas para el buen gobierno de cualquier vida que se precie.
Así esos proyectos, esas
metas ilusionantes que nos tiraron de la cama, al contacto con la
realidad de la mañana, sufrirán una terrible transformación por
culpa de esas reglas que nos dominan desde el principio de los
tiempos, y solo en contados casos se harán realidad.
Es muy puñetero el
refranero, y tal vez sin desearlo nos pone sobre pistas que con el
tiempo se convierten en normas en algunos casos: “Los huéspedes
dos alegrías nos dan, cuando se vienen y cuando se van”. “Como
la noche al día, sigue el pesar a la alegría” “De la buena
gente, guárdate, de la mala escóndete”, “Gente de sotana, logra
lo que le da la gana” “Tengo un Toro que me da vino y un León
que me lo bebe”.
Si hiciésemos caso por
ejemplo de esta última cita que pertenece por cierto al rey de León Alfonso
IX; (cuando León era León y Castilla otra cosa), cualquiera
pensaría que los leoneses van mamados por la vida y ya os digo yo
que no es cierto, porque conozco al menos a un par que solo beben
agua clara, de modo que cuidado con citas, dichos y refranes.
Nos esforzamos por
adaptarnos a la modernidad, en una frenética carrera por conseguir
todas esas cosas que nos van carcomiendo el cerebro, sin ser
conscientes de que no solo no son necesarias, sino que por el
contrario nos perjudican. Tal vez hayamos comenzado con un preciosidad
de sofá, o el último modelo de televisor, o ambos a la vez, sin
saber que de ningún modo eran necesarios, sin imaginar que nos
acortarían la vida, que nos convertirían en esclavos de lo
material, en simples cacharros, en deudores de lo espiritual, sin ser
conscientes de que perderíamos independencia, libertad, pero sobre
todo, autonomía.
Yo durante esas horas
anteriores al amanecer tuve una gran ilusión; me vi capaz de romper
con toda la parafernalia que me rodea y dedicar mi tiempo a esas
cosas que me encantan, y a aquellas que siempre quise hacer, pero ha
bastado un simple y familiar sonido para que lo que se estaba
convirtiendo en realidad se haya quedado en virtual, es decir en
NADA.