RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

20 abr 2016

KHALED VERSUS FÁTIMA




Khaled, era el menor de siete hermanos de una familia acaudalada. Los placeres de la vida no le eran ajenos en absoluto, pues tenía todo lo que cualquiera de su edad desearía tener. Desde la niñez tuvo profesores particulares de francés, inglés, matemáticas, así como geografía e historia universal que era su asignatura favorita.

Poco podía imaginar el “pobre” Khaled que su vida iba a dar un giro inesperado casi de la noche a la mañana. Una madrugada percibió sin que nadie le dijese nada en absoluto que el aire no se respiraba de la misma forma que la noche anterior. No sabría muy bien explicarlo, pero las criadas parecían nerviosas, las sonrisas parecían forzadas, incluso la fruta aparecía sobre el mostrador aún sin trocear.

Una potencia extranjera había invadido su país, al parecer, para instaurar la democracia.

Los días que siguieron fueron un frenético ir y venir que parecía poner los nervios de punta al más tranquilo. Muy pronto comenzaron a caer las bombas por las calles y hasta las casas se propagaba un olor desagradable al tiempo que todo se llenaba de un polvo que nadie sabría decir por donde se colaba.

Al amanecer del octavo día, como por arte de magia, Ghada, su criada personal le comunicó que no había vuelto a saber nada de sus padres y que tendrían que irse a vivir a su casa.

Abandonar todos los lujos no fue lo peor para Khaled, pues a ciertas edades uno es capaz de acostumbrarse casi a cualquier cosa; lo peor fue que el marido de Ghada no le permitió entrar en casa y el recuerdo de la criada sujeta por su señor mientras derramaba millones de lágrimas la perseguiría al menos durante varias horas.

Al décimo día tras la vuelta a su casa, un terrible estruendo le despertó con tal violencia que al abrir los ojos se percató de que se encontraba en plena calle rodeado de escombros y con un fuerte dolor en una rodilla, y gran cantidad de sangre que no sabía de donde salía.

Tras perder el conocimiento, fue trasladado a un hospital por alguna de las muchas almas caritativas que siempre surgen en las guerras, una vez curado de sus heridas, con su casa echa escombros y sin saber que hacer, vagó por la ciudad como un perro vagabundo buscando restos de comida y algún sitio donde guarecerse sin conseguir nunca satisfacción ni con una cosa ni con la otra.

Es Khaled ya un adulto solitario de nueve años que ha conseguido escapar de los horrores de la guerra. Gracias a un talento innato para la supervivencia, ha desembarcado en una isla lejana y vive estos días en una tienda que rezuma humedad por todos los costados; aún así es casi feliz porque tiene donde dormir y algo para comer.

Khaled sufre con el dolor de sus compañeros y le llaman mucho la atención esas cuchillas de afeitar que están sujetas a las vallas metálicas que delimitan el campamento, también le resulta chocante la violencia de los policías al otro lado; sin embargo hay algo que aún le choca más. Todas las noches se pregunta porqué tras su paso por el hospital, las enfermeras la siguieron tratando como un chico, tras descubrir primero que no era chico, sino chica y que su verdadero nombre no era Khaled, sino Fátima.

11 abr 2016

T E R A P I A.


La palabra terapia, como otras tantas procede del griego y significa “curación”.

La vida a veces se empeña en estrujarnos, en ponernos contra la pared. En la gran mayoría de los casos, de nosotros dependerá que nos aplaste o que aunque con alguna herida, seamos capaces de repeler el ataque.

Esta sociedad está plagada de problemas de ansiedad, acompañada de trastornos diversos como mareos, disminución de la vitalidad, inestabilidad, miedo, claustrofobia, falta de energía, es decir, interferencias en el funcionamiento normal del cuerpo humano.

En realidad, son “toques necesarios”, reclamaciones dirigidas contra los individuos que apartan sin darse cuenta las manos del timón. Es una llamada de atención también para quienes llevando mucho tiempo preocupándose de los demás se han olvidado de su propia existencia. 

Cuando te percatas que la vida no es lo que quieres sino lo que viene, cuando asumes que no se puede nada contra ciertas circunstancias y que continuar deprimido no produce beneficios; estás en condiciones de dar el primer paso, que es aceptarte a ti mismo para a continuación percibir la realidad con todo lo que hay en ella de grato o de desagradable.

Llega un momento cuando vas sumando vivencias negativas que el cerebro le dedica tanta atención a los disgustos, que se olvida de cuáles son las órdenes principales para que todo funcione correctamente. En principio hemos forzado al sistema nervioso central a actuar en contra de su voluntad, puesto que lo suyo es coordinar con efectividad; pero llega un momento en que este se revela y es cuando aparecen ciertas conductas o situaciones poco habituales, y o bien nos duele donde no nos había dolido nunca, o nos aparecen síntomas de otras enfermedades que a la hora del diagnóstico médico no se sostienen porque en realidad no existen en el cuerpo físico, sino solo en plano mental.

Creemos que el mundo es inmenso porque no nos damos cuenta de que nosotros somos el mundo; de modo que cuando sentimos que se nos cae encima, en realidad ocurre que nos estamos alejando de esa atracción que ejerce el centro de gravedad y podemos terminar vagando por los confines del planeta sin capacidad de maniobra. Antes de llegar a ese punto debemos cambiar y para eso siempre hay que dar un primer paso, que en general es reconocer donde deberíamos estar ubicados.

El dolor no es para siempre, y durante nuestra vida estamos sujetos a muchos cambios. Nada es eterno, y menos nuestros peores momentos, que por mucho que se alarguen en el tiempo, si sabemos gestionarlos nos convertirán en personas más enteras, más fuertes y capaces.

Cuando se manifiesta en nosotros un desequilibrio, ya sea físico o emocional, hay que procurar cambiar de actitud cuanto antes y pasar del lado negativo al positivo, la queja aunque sea en silencio no es la solución, más bien al contrario, el disgusto, el enfado siempre nos hunden más en las arenas movedizas de la depresión; por el contrario la acción siempre nos proporciona recursos para salir de ella.

A lo largo del día maniobramos automáticamente sin darnos cuenta de lo que hacemos, lo que no nos proporciona ninguna alegría, es por eso que la cuestión más importante es vivir el MOMENTO, el AHORA, el YA, de modo que si estamos comiendo, comemos, no estamos pensando en si mañana va a llover; si estamos mirando por la ventana, simplemente miramos y nuestra mente y nuestros pensamientos están en eso que vemos, no en lo que nos imaginamos que podemos ver o en lo que vimos ni en lo que veremos dentro de un par de días.

Vivir el momento implica no solo disfrutar de cada segundo, también es sentir dolor, temer por la salud de nuestros seres queridos, asumir que la muerte nos llega a todos sin avisar; pero sobre todo cobra su mayor sentido cuando a pesar de todos los acontecimientos adversos, somos conscientes de que el tren de la vida no parará en ninguna estación.