Khaled,
era el menor de siete hermanos de una familia acaudalada. Los
placeres de la vida no le eran ajenos en absoluto, pues tenía todo
lo que cualquiera de su edad desearía tener. Desde la niñez tuvo
profesores particulares de francés, inglés, matemáticas, así como
geografía e historia universal que era su asignatura favorita.
Poco
podía imaginar el “pobre” Khaled que su vida iba a dar un giro
inesperado casi de la noche a la mañana. Una madrugada percibió sin
que nadie le dijese nada en absoluto que el aire no se respiraba de
la misma forma que la noche anterior. No sabría muy bien explicarlo,
pero las criadas parecían nerviosas, las sonrisas parecían
forzadas, incluso la fruta aparecía sobre el mostrador aún sin
trocear.
Una
potencia extranjera había invadido su país, al parecer, para
instaurar la democracia.
Los
días que siguieron fueron un frenético ir y venir que parecía
poner los nervios de punta al más tranquilo. Muy pronto comenzaron a
caer las bombas por las calles y hasta las casas se propagaba un olor
desagradable al tiempo que todo se llenaba de un polvo que nadie
sabría decir por donde se colaba.
Al
amanecer del octavo día, como por arte de magia, Ghada, su criada
personal le comunicó que no había vuelto a saber nada de sus padres
y que tendrían que irse a vivir a su casa.
Abandonar
todos los lujos no fue lo peor para Khaled, pues a ciertas edades uno
es capaz de acostumbrarse casi a cualquier cosa; lo peor fue que el
marido de Ghada no le permitió entrar en casa y el recuerdo de la
criada sujeta por su señor mientras derramaba millones de lágrimas
la perseguiría al menos durante varias horas.
Al
décimo día tras la vuelta a su casa, un terrible estruendo le
despertó con tal violencia que al abrir los ojos se percató de que
se encontraba en plena calle rodeado de escombros y con un fuerte
dolor en una rodilla, y gran cantidad de sangre que no sabía de
donde salía.
Tras
perder el conocimiento, fue trasladado a un hospital por alguna de
las muchas almas caritativas que siempre surgen en las guerras, una
vez curado de sus heridas, con su casa echa escombros y sin saber que
hacer, vagó por la ciudad como un perro vagabundo buscando restos de
comida y algún sitio donde guarecerse sin conseguir nunca
satisfacción ni con una cosa ni con la otra.
Es
Khaled ya un adulto solitario de nueve años que ha conseguido
escapar de los horrores de la guerra. Gracias a un talento innato
para la supervivencia, ha desembarcado en una isla lejana y vive
estos días en una tienda que rezuma humedad por todos los costados;
aún así es casi feliz porque tiene donde dormir y algo para comer.