Me vi encaramado en un
púlpito y observado por miles y miles de personas, yo diría que
millones, todos esperaban mis palabras, de modo que tras una profunda
respiración comencé mi discurso:
Con vuestro permiso (o
sin), voy a exigir un mundo donde desde la más tierna infancia, se
eduque a esas peque-personitas en el respeto al TODO, dando
preferencia a lo que tenga que ver con la naturaleza, plantas
pequeñas, árboles grandes, animales de todos los colores, aguas
mansas o bravas.
Creo firmemente que si
eso ocurriera, la palabra respeto desaparecería del diccionario
porque no tendría ya sentido buscarla.
Creo también que ningún
niño pintaría las paredes de su barrio, ni tiraría los envoltorios
al suelo, ni le daría patadas a los gatos.
Así mismo, creo que si
somos capaces de respetar un árbol, más capacitados estaremos para
respetar al resto de seres vivientes, sean animales o personas.
Las opiniones serán
tenidas en cuenta aún siendo contrarias, no habrá feos, altos,
bajos o personas de distintos colores, porque habremos adquirido la
capacidad de dejar de admirar el envoltorio y todas las opciones
tendrán el mismo valor.
Respetaremos tanto al ser
que acierta, como al que comete errores, pues todos sabemos que el
error no es más que un paso más hacia la perfección, respetaremos
tanto al ser más inteligente como al que no lo sea tanto, porque es
necesario que haya contrapesos a cada lado de la balanza si deseamos
un mundo equilibrado.
Nadie hablará de paz, de
sueldos, de justicia, ni de hambre en el mundo, porque no habrá
diferencia ninguna entre un presidente de una nación y lo que con
demasiada frecuencia algunos denominan pordiosero.
Aprenderemos a vivir con
lo necesario y terminaremos con esa antigua moda de acaparar,
aparentar, y sobre todo intentar dominar el entorno y a las demás
personas en busca del arma más peligrosa del mundo, el
poder.
Ya no se hablará de esas
grandes empresas que intercambian recursos como el agua, la energía
natural o los alimentos del planeta por muerte y destrucción.
No se hablará de muertes
económicas, de desahucios, ya no morirán cerca de diez millones de
niños al año en el mundo, (Si lo trasladamos a la población
española, significaría que en poco más de cuatro años
desapareceríamos todos los habitantes del país).
Ya no se conocerán casos
de niños que pasen frío o hambre al lado mismo de nuestras casas,
en los colegios, o en coches a la intemperie por falta de vivienda.
No se hablará de gobernantes corruptos, de comisiones ni de jueces
vendidos al sistema económico.
El planeta recuperará su
antiguo esplendor y cada habitante será capaz de sentir
el pulso del resto de corazones.
No es fácil a veces
despertar y eso mismo me pasó a mí anoche. Era como un querer y no
poder, una impotencia, una incapacidad total para despejar cuerpo y
mente. Cuando por fin logré salir de ese pozo oscuro en el que me
encontraba estaba completamente empapado y me era imposible recordar
lo que había soñado.