Todo comenzó en un mes
de abril, el tiempo ya permitía renovar el armario de cara al
verano, los días eran espléndidos y daba gusto salir a la calle. Mis amigas y yo ya
estábamos negociando las vacaciones y en la reunión anual que
solemos tener en la cafetería del barrio surgió la propuesta.
-¡Chicas!. Salvo Menchu
y Flor, hay que reconocer que el resto estamos un poco fondonas
(caras de sorpresa), ¿qué os parece si nos proponemos quitar
unos kilines de aquí a julio?. Durante unos instantes
ninguna dijo una palabra, y curiosamente la primera en abrir la boca
fue la que menos lo necesitaba.
-¡Yo me apunto! (dijo
Menchu).
- ¡ Y yo!
- ¡ Y yo!
- ¡ Y yo!
- ¡ Y yo!
Evidentemente hubo quórum
porque salvo Encarnita que dijo: “Zi ze me ocurre zalir en pantalonez cortoz, mi padre me mata”; el resto
nos apuntamos.
-Como el novio de Cari es monitor de tiempo libre, igual nos puede ayudar (dije).
-“Ya me encargaré yo
de que acepte por la cuenta que le tiene” (respondió
Cari).
Por supuesto que aceptó
y para el lunes ya nos tenía listo un plan de entrenamiento
exhaustivo para 9 semanas que teníamos de margen hasta las
vacaciones. Fue un fin de semana
plagado de novedades, sudaderas, zapatillas, calcetines, bragas,
piratas, toallitas de microfibra, gafas deportivas y hasta unos
guantes se compró la Puri por el “si acaso”.
Y efectivamente, en una
semana ya estábamos haciendo alardes de buen gusto en el parque de
San Pillallo, donde tras unos saltitos de calentamiento ya estábamos
corriendo como desesperadas. No habían pasado ni cinco minutos, y ya
estábamos todas espatarradas en sendos bancos. Al día siguiente
estábamos todas muertas del palizón y aunque por un lado nos
agobiaba pensar en el miércoles, yo creo que todas teníamos ganas
de que llegase el día de nuestro segundo entrenamiento.
Y llegó; más saltitos y
más correr. Esta vez nos lo tomamos con muchísima más calma y el
entrenamiento resultó ser un éxito, pues todas aguantamos el doble
corriendo (es decir casi 9 minutos).
Poco a poco fueron
pasando los días y sin percatarnos, nos entró a todas una especie
de fiebre que nos estimulaba para no faltar a ningún entrenamiento.
Los saltitos y el correr
nos estaban viniendo de perlas a todas de modo que no recuerdo quién
propuso participar en la carrera de la mujer a la que por cierto nos
apuntamos todas muy ilusionadas.
Julián nos preparó un
plan especial para llegar en plena forma a la carrera y aquello nos
puso sobre la pista de lo duro que podía resultar esto de correr.
Las cosas comenzaron a
torcerse un poco cuando esa misma semana Flor no pudo asistir a los
entrenamientos porque tenía un dolor muy fuerte en los gemelos. Se
pusieron peor cuando yo misma me levanté una mañana sin poder
apoyar el pié derecho.
Julián nos dijo que eran
solo agujetas y que había que entrenar más hasta que
desaparecieran, de modo que los siguientes días fueron de mucho
sufrimiento para todas, porque a la que no le dolía aquí le dolía
allí y la que no se quejaba de esto, se quejaba de aquello.
Por fin llegó la carrera
y la decepción fue brutal, una abandonó en los comienzos, otra
después, yo no podía con los dolores y me retiré llorando a moco
tendido, a Flor se la llevaron en camilla, y la única que terminó
fue la Menchu que los tiene de caballo, pero la desesperación pasó
factura al ver que mientras las demás se lo pasaban pipa, nosotras
sufríamos como perras.
Aquello marcó un antes y
un después en nuestras vidas. Se terminaron los entrenamientos y las
carreras, ya no más reunión anual; Flor y Cari casi se pegan, la
Cari rompió con Julián; la amargura tomó las riendas del grupo y
cada una nos fuimos por nuestro lado.
Y ya ves...
Yo sin embargo
estoy desesperada por volver a empezar.