Pensamos que somos lo
que no somos y resulta que somos lo que no pensamos.
En este río de la vida
todos buscamos (algunos sin ser conscientes),
ese lugar concreto en el cual podamos dejarnos mecer por la corriente
más tranquila y placentera.
Nuestro espíritu aún a
nuestro pesar, trata de acoplarse totalmente al universo, al TODO,
y en esa lucha por dejar de ser un ente individual o diferente,
termina absorbiéndolo todo hasta convertirse en la unidad.
En realidad no hay más
diferencias en el universo salvo las que nos empecinamos en crear con
ayuda de nuestro yo más egoísta. La realidad es que en ese toma y
daca que también es la vida, en ese trasvase de energías, todos los
elementos reman en la misma dirección, y todos tienen exactamente la
misma importancia.
Ningún ser será jamás
diferente a otro ser, puesto que lo cierto es que blanco, negro, o
amarillo no son sino colores y no tienen otro fin que completarse por
mucho que los que gustan de lo oscuro intenten separarlos.
En los principios de ese
río de la vida del que hablábamos antes; es cuando más expuestos
estamos a los avatares de las corrientes; luego con el tiempo, pero
sobre todo cuando ya nos hallamos a punto de desembocar en la
inmensidad del océano, es cuando comenzamos a SER capaces de
descifrar y “hasta cierto punto” controlar nuestra propia
inexistencia.
Solo entonces
descubriremos que el sentido de la palabra no importa.
Descubriremos que las
palabras en realidad, carecen pues de significado.
Solo entonces estaremos
preparados para dejar de mirar y VER.