RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

5 may 2017

CAREZZA


Era una hermosa tarde de tormenta eléctrica, en cualquier momento el cielo caería sobre mí roto en pedazos y sin embargo ese estado en el que me encontraba que podríamos denominar “en trance”; en el que mi espíritu mantenía una perfecta simbiosis con el universo me permitía vivir aquellos momentos alejado de todo miedo y cercano como nunca en mi vida a los dones que la madre naturaleza me prodigaba.

El aire entraba por mis fosas nasales a raudales, el viendo y a ratos algunas gotas de lluvia acariciaban mi piel con fuerza pero con dulzura, con pasión pero con delicadeza y en ocasiones la misma emoción erizaba mis cabellos de un modo casi imperceptible.

Tumbado en la hierba en pleno monte a unos cien metros del cauce de un río que parecía vibrar con la violencia desatada, miraba pasar las nubes y me regocijaba escuchando el ruido de las hojas al tiempo que podía observar como las copas de los árboles bailaban acompasadamente al ritmo de las sucesivas ráfagas de un viento que hacía estragos en mi corazón con las notas musicales que arrancaba de la hierba, los troncos y los arbustos que me rodeaban.

Durante instantes que se me antojaron infinitos, nada rompió mi comunión con el placer más infinito, hasta que el aire embrujado me convidó a unas pocas palabras.

.- ¡Hola!. ¿Te importa?

No se porqué no me sorprendió su presencia, y sin embargo no me salían las palabras de modo que un sencillo gesto fue suficiente para que ella se tumbase a mi lado.

Durante un tiempo imposible de valorar, no nos dijimos absolutamente nada; pero bastó un solo instante, para que ambos nos giráramos cada uno en un sentido y así enfrentados cara a cara, y totalmente unidos ambos cuerpos, comenzamos a devoramos las entrañas con la mirada.

Para lo que sucedió después, no ha nacido narrador, pues las palabras no bastan para el cúmulo de acontecimientos, sensaciones y enajenaciones que se sucedieron por un espacio que se me antoja duró toda una vida.

Como vino se fue; ya no eran necesarias las palabras. Completamente inmóvil y aunque no lo deseaba una fuerza superior me hizo girar la cabeza a tiempo para verla desaparecer entre los árboles. 

No se si es que era incapaz o que no lo deseaba, pero permanecí petrificado en el mismo lugar relamiendome con lo sucedido y reviviendo cada instante, consciente de que el tiempo pasado jamás se recupera. No me hubiera importado quedarme así toda la vida, no me hubiera importado morir en aquél instante, porque ¿qué puede haber en la vida que supere aquello?.

Pero somos piezas de una realidad que nos domina y al día siguiente había instituto, en casa mis padres me esperaban para darme una bronca monumental, y durante muchos días, no fui más que un monigote sordo y ciego pero con una memoria prodigiosa.

La busqué por todos los rincones, por los barrios más recónditos de las más lejanas ciudades del mundo, pasé hambre, frío y vejaciones por mi descuidado aspecto, pero jamás la encontré.

Aún hoy, cuando estoy llegando al final de mis días, sigo aferrado a aquella tormenta y solo ahora me doy cuenta de que por tratar de revivir un solo instante del pasado, no he podido hacer feliz a quien me ha amado durante más de sesenta y cinco años.