He leído por ahí, (no
recuerdo donde) lo siguiente: “La vida es como un juego en
el que hemos tenido la suerte de participar”. Desde luego si
como juego ponemos nuestro foco de atención en la palabra latina de
donde proviene, es decir “jocus” cuyo significado es diversión,
resulta que nos encontraremos con muchos seres humanos que no
consideran su vida nada “jocosa” en absoluto, fundamentalmente
aquellos que siempre pierden en este supuesto juego. En el reverso de
la moneda, encontraremos gente entretenida y divertida, porque les
habrán tocado las mejores cartas de la baraja, e incluso hasta los
comodines.
Si tomamos juego como “la
acción y resultado de jugar”; estaremos pisando un terreno muy
resbaladizo, porque por desgracia en todo juego existe la posibilidad
de que nos toque el tahúr de turno y a pesar de hacerlo bien, no
obtener resultados. Hay quien hastiado de no ganar nunca se aburre y
decide terminar de jugar. Hay quien no admite la derrota y se lo hace
pagar al primero que pilla, hay quien basa su vida en aprovecharse de
la victoria o la derrota de los demás...
Es verdad que nuestra
educación va encaminada a practicar un juego que podríamos
denominar de “estrategias”, que básicamente consisten en buscar
la manera de sobresalir respecto a los demás. Así mientras un uno
por ciento lo consigue, del resto, tal vez un 90% son infelices en
muchos momentos de sus vidas y tal vez el 9% restante no juegue a
este juego porque ha decidido que la vida es otra cosa y pasan de
participar.
Pero hay muchos tipos de
juegos, el de lo inmediato, lo placentero, lo exigente, el que marca
nivel, el de machacar al rival, el que nos ayuda a evadirnos de
nuestras responsabilidades, el que nos relaja o nos encabrita (sobre
todo si hemos gastado hasta la última perra en cualquier tipo de
“lotería”). ¿Cuántos puntos serán necesarios entonces
para terminar este juego? ¿Cuántos juegos hasta alcanzar el nivel
necesario para que nuestras problemas desaparezcan para siempre?
Nacemos sin un manual; en
la niñez no suele haber problemas hasta que los adultos imponen sus
reglas y según hayas nacido chico o chica, tal vez te impongan
normas diferentes. Pero no olvidemos que “El juego”, es al
fin y al cabo azar y el resultado por lo tanto no debería estar en
nuestras manos.
Lo cierto es que todos
ocupamos un papel único en el universo con una duración ilimitada,
porque siempre quedará algo de nosotros por ahí. En el juego,
cambiamos un estado de felicidad temporal a veces “instantáneo”
y despreciamos un proceso de autoconocimiento infinito que dura tanto
como la propia vida.
Y volviendo a la
realidad... ¿Cuántas personas poseen el libro de instrucciones de
su juego individual? ¿Cuántas sienten que están jugando sin su
consentimiento? ¿Quién toma la decisión sobre qué normas valen y
cuales no?
Tanto jugar nos ha
convertido en adictos al resultado, al triunfo, a la victoria, hasta
el punto de que ya no soportamos la vida sin ser aclamados; nos hemos
centrado en el juego y nos hemos olvidado de que tenemos una vida que
vivir y con eso no se juega.