No habían dado las
cuatro de la madrugada y ya estaba tocándome la pera el cabrón del
despertador, yo busca que te busca y ni pa tu tía y justo cuando
apareció entre las sábanas ya le estaba dando de leches el tonto
del vecino a la pared, ¡A la mierda le grité!, ¡capullo!, ¿no ves
que no lo encuentro?.
Ya me puso de mala uva el
pelamonas este; ya verás como cualquier día llamo a la puerta y en
cuanto asome el morro ¡zas!, leche que te crió en esa nariz de
pajarraco que tiene, que como le de por crecer solo un poco más, se
le mete a hurgar en la boca.
Me costó lo mío, pero
al poco ya se me pasó el azogue y recordando aquel dicho “vísteme
despacio que tengo prisa”, comencé por los calcetines de goretex,
los calzones largos, la xxxl, y en fin, toda la parafernalia, que los
cazadores somos como los toreros para esto de ponerse guapos. Las
botas las guardaba para esta ocasión, una pasada de precio, pero me
dijo Hernando el de Villadangos que eran lo mejor de lo mejor y yo
para estas cosas no miro el dinero. Lo cierto es que me costó
anudarlas hasta arriba, porque llevan unos cacharros más raros que
el ojo de Don Diego, que nunca sabes pa onde mira, pero al final
último examen ante el espejo y aprobación por mayoría.
Decir que iba guapo es
quedarse corto, en cuanto me vean el Damian y el Inocencio se me
quedan con la boca abierta y no abren el pico en toda la mañana. Un
cazador que se precie, debe saberse de memoria el ritual de
aparentar, disfrazar, esconder y sobrevalorar cuando se tercie y por
supuesto el engaño hay que practicarlo a troche y moche, como los
políticos de ahora.
Si la pieza es pequeña
será grande, si su escopeta tira dos, la tuya seis, y sobre todo no
errar nunca el tiro, ni volver a casa nunca de vacío, que entonces
pa tí tienes. Entre nosotros todo quisque sabe por ejemplo que el
tío Nicasio que no juna un pijo, lleva toda la vida echando mano de
su cuñao que tiene carnicería casi desde que endenteció.
El que más y el que
menos sabe de que palo van los demás, que ya son muchos años
gastando suela por esos labrantíos, montes y secanos de toda la
provincia.Entre nosotros todo vale,
menos ir de listo que eso siempre se paga rápido, y a la que te
descuidas ya estás dando el cante o cosa peor.
Precisamente el Inocencio
estaba el día de lo de Tobías. Tobías es el hijo de Genaro el
herrero, dicen que el capital les venía de muy antiguo, cuando su
tatatarabuelo se dedicaba a hacer guardapiés a las paisanas de la
época, de modo que era de los pocos del pueblo que pudieron ir a
estudiar al seminario. El caso es que un día que le dieron
vacaciones, salió de caza al jabalí con los del pueblo a
regañadientes de unos cuantos que al parecer ya conocían el paño.
No llevaban ni media hora y ya se estaba quejando de que si la calor,
que si las botas, que si menudo barrizal, con lo que tenía aburrido
al personal.
Alguno intentó darle consejos porque se veía a la legua que ese arma no se había
disparado en la vida, de modo que el que más y el que menos buscaba
cobijo tras un roca, tras un castaño o lo que por allí hubiera. Y
bien hicieron todos, porque a las primeras de cambio, con el aviso
del primer jabalí rondando, se puso el Tobías tan nervioso que
comenzó a disparar a diestro y siniestro con los ojos cerrados y dió
buena cuenta del perro guión, de un zarcero y dos sabuesos, amén de
la pierna de uno de Antimio de Abajo que se había sumado al grupo
por pura casualidad.
Al Genaro se le dijo que
al no estar acostumbrado se había dado con una rama grande y de ahí
lo del filete para el ojo, y el moratón en la barbilla. Inocencio
por su parte, nos recordaba lo que le había dicho su padre antes de salir de casa: “Hijo,
ten cuidado que no hay tonto que no se tenga por listo”