Esta vez vamos a hablar
de la ansiedad, que es uno de los ingredientes más habituales en
nuestras vidas, tanto en lo deportivo como en cualquier otro campo y
no precisamente de los más deseados. No estamos hablando de ese tipo
de necesidad que se menciona en aquella famosa canción de aquél
utópico cantante empeñado en que le pintasen angelitos negros; más
bien hablamos o mejor escribimos sobre zozobra, agitación y gran
malestar originado por algo que deseamos conseguir cuanto antes con
el inconveniente de que aún sabiendo que está a nuestro alcance,
nos asaltan dudas razonables, hasta el punto de suponer un enorme
freno para la consecución de nuestro objetivo.
Lo observamos
constantemente en el campo deportivo, donde en demasiadas ocasiones
ese freno se convierte en un impedimento tan grande que llega a
imposibilitar la realización de la práctica deportiva en la
modalidad de competición. Te encuentras con atletas que atesoran
unas cualidades extraordinarias, capaces de realizar las mejores
marcas en los entrenamientos que luego se ven incapaces de trasladar
a la competición; y curiosamente, (a modo de anécdota) con todo
lo contrario; deportistas que entrenan en modo minimalista y compiten
como si llevaran machacándose toda una vida obteniendo a pesar de
esa ausencia de método y de entrenamientos, resultados
deslumbrantes.
Ese anhelo, esa desazón,
ese afanarse mentalmente por obtener lo que se desea en vez de darse
el tiempo necesario para que llegue; lo podríamos resumir en una
frase de todos conocida: “ardo en deseos de...”. Y es que
efectivamente, nos quemamos por dentro, arde también la mente y
entre más leña aportemos a la hoguera, más se aleja ese objeto de
deseo de nuestras manos.
Una cosa es afanarse y
obtener el máximo rendimiento a base de mucho trabajo, dedicación y
esfuerzo y otra sobrepasar ese límite comprensible de querer llegar
a alcanzar una meta; y es que cuando lo superamos, perdemos contacto
con la realidad física y nos trasladamos a un plano síquico en el
que todo vale y en el que el primer enemigo es el miedo que emana de
nosotros mismos; aquél famoso “ y si...” por lo hablar de esa
autosugestión de la que nos hablaba Emile Couet donde nos enseñaba
a transformar lo negativo (cada día estoy peor) en positivo (“cada
día estoy mejor, mejor y mejor”).
Pues eso, comencemos el
día con buenas consignas, halaguemos esa primera imagen que todas
las mañanas vemos en el espejo, desechemos los pensamientos
negativos, cambiemos los hábitos nefastos por otros más agradables,
busquemos metas razonables, y sobre todo, huyamos de la idea de ser
dioses en nuestro pequeño universo; de ese modo, la ansiedad, a
fuerza de pasar hambre buscará otros destinos donde alimentarse
mejor.