... encuentra rematadamente mal, bueno peor, pues va y me dice que lo
mío son cuentos chinos, "tu estás de puta madre chaval, ahora
que yo... lo mío ya no tiene arreglo, me paso los días tumbado en
el sofá con las persianas hasta abajo, cuando me canso, me voy a la
cama, luego otra vez al sofá. Hoy me pillas porque se me están
acabando las pastillas, y me ha dicho la parienta que si las quiero,
que vaya yo, que ya está harta de tanta historia".
Quedamos
en vernos "un día de estos".
No
se hombre, pensado así en frío, la verdad es que da grima ver al
pobre Samuel con ese espíritu, que solo le falta poner la palma de
la mano para arriba y se hace de oro; pero mira la mujer, con la cara
de buenina que tenía.
Hace
un par de años que coincidimos por Semana Santa, frente a la iglesia
de Santa Nonia; la señora venía con los pies negros como tizones,
pegajosos de tanta sangre y lo peor, en carne viva, tras cuatro
horitas de procesión. Las hizo descalza con esa cofradía nueva, la
de las verdes en la que ya dejaban entrar a las mujeres, (que ya ves,
tanto buscarlas, y para una vez que vienen ellas solas, van los
hombres y no las quieren dejar) ¡hay que jorobarse¡ con las mujeres
no acierta uno, pero algunos hombres, también no se que pensarán
cuando se juntan, porque si no ya me dirás que problema tienen en
que ellas se pongan también el traje de papón.
A
lo que íbamos que luego se me olvida, ese día estaba yo con
Aureliano el lechero, que por lo visto era el primer día en todo el
año que se ponía el traje, porque estaba de boda aunque según me
dijo a las nueve tenía que ordeñar como todos los días. Pues
resulta que se quedó mirando a la mujer del Samuel, y casi
escupiéndome en el oído, me dijo que si era esa la “limpia” del
Abad; yo le dije que no, que era la mujer de Samuel el de los
capuchinos, que no trabajaba ni en la limpieza ni en nada (lo que
hiciera los pocos momentos que paraba en casa) y entonces me lo
contó.
Según
Arureliano, la paisanina, se entendía con el abad, y lo sabía muy
bien, porque el le llevaba leche a su casa todos los martes y
viernes, y les había visto por lo menos cuatro o cinco veces muy
acaramelados y en horas un poco raras, y que por si fuera poco, una
vez que le estaba vertiendo cinco libros en una garrafa, salió ella
de la rectoría enseñando hasta las trancas y silbando no se qué
melodía, y cuando se dio cuenta de que estaba la puerta abierta, y
me vio, pegó un grito que pa qué, y fue cuando la vi que yo estaba
a lo mío, que derramas unas gotas de leche y te ponen a bajar de un
burro ya sabes.
Y
ahora que caigo, lo que no entiendo es como no sabía nada don
Críspulo, que ese andaba todo el día de un lado a otro porque
andaba buscando al que les robaba el pan para hacer hostias. ¿Estaría
también el en algún negocio parecido?.