RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

19 jul 2018

TAXUS


 

No éramos más que cuatro pelagatos pero estábamos dispuestos a realizar un viaje cuyo pronóstico nos era desfavorable. La cita era para el domingo temprano, pero como quiera que alguno se pasó festejando la noche anterior, decidimos atrasarla a las nueve de la mañana.

Como cada cual vivía en una localidad, me tocó salir el primero y volver el último, así que recogí a Rodolfo (un artista amasando), luego nos acercamos hasta cierto lugar que en tiempos prerromanos llamaban “Paemeiobriga”, y algunos más atrevidos “la villa del buen vivir”; aunque no se yo, porque mira uno la historia y cuentan los entendidos que allí anduvieron franceses e ingleses a la greña saqueando la ciudad y sus gentes y claro, por no ser menos, allá por el 34, mineros de cuencas próximas tomaron la ciudad y saquearon vecinos y edificios por partes iguales.

En fin que allí recogimos a Calixto (sus padres querían ponerle Caralisto, pero el funcionario dijo que eso no era nombre de santo y hubo que callar ante el inquisidor) y más tarde a Dorotea, el primero uno de los mayores torturadores de fierros que se conocen por los contornos y ella una poeta empedernida (y un tanto rara) que lo mismo rima por seguiriyas que por tercetos gallegos.

Una vez todos en la tartana, nos fuimos al lío, y justo cuando llegamos a la altura del tejo milenario, nos paró un fulano al grito de “por ahí no se pasa”. Por un momento nos acojonamos un poco porque llevaba un azadón de esos que llaman de pico al hombro, que no daban muchas ganas de discutir. Pero no, solo quería advertirnos que la carretera estaba cortada; así que mientras por un lado respirábamos tranquilos, por otro se nos recortaron las expectativas. Afortunadamente el buen hombre nos indicó otro recorrido por el que tal vez...

Fue dejar el coche y “to parriba”; no habíamos andado ni cien metros cuando nos encontramos con una pareja del lugar que llevaba nuestra misma dirección y que tras un par de frases se ofreció a acompañarnos. Ella se llamaba Irena y el otro Damián; la chavala se puso delante con la Dorotea y no pararon de pegar la hebra durante un buen rato, cosa rara porque la Dori no abre el pico así la maten.

Nosotros unos metros por detrás (y con la lengua fuera todo hay que decirlo), hablábamos de cosas...que si el Donaldo se hacía las italias, que si tal y que si cual el caso es que llegamos a lo que debió ser una curva antes de las lluvias y que ahora era un socavón enorme. Valoramos la situación y decidimos democráticamente (ellas) que se podía pasar, de modo que haciendo de tripas corazón y con más miedo que vergüenza las seguimos poniendo cara de poker. A menos de un kilómetro otra vez la misma jugada (pero el furaco más grande), cada vez que pisabas se hundía la tierra y te arrastraba para abajo, ellas como pesaban menos que un jilguero pasaron sin problemas, pero alguno se llevó algún que otro guarrazo, de modo que tocó ir con el culo mojado el resto del camino.

¡Por fin! Llegamos a nuestro destino. Calixto y yo la verdad es que no estábamos para muchos trotes, pero después del favor de acompañarnos no le íbamos a hacer un feo a Damián; así que cedimos a la propuesta de visitar la cueva de un famoso eremita de nombre San Juanacio, más conocido por estos pagos por San Genadio que las palmó en el pueblo donde nos esperaban para comer, y que por lo visto en la pelea por los restos; Astorga ganó su cabeza y Valladolid el cuerpo (así se las gastaban entonces); al parecer no solo había una sino varias cuevas de San Juanacio, de las que algunos creyentes extraían tierra y cualquier objeto como remedio medicinal; luego nos contó no se qué de unas famosas piezas de ajedrez, pero ahí ya me perdí.

Otra vez “tóparriba”. La Dori y la Irena, dale que te pego a la lengua, Calixto que no paraba de toser (yo creo que para que no se le escucharan los juramentos) y yo deseando que se convirtiera en realidad lo de: “está aquí al lado”. Por fin llegamos, entramos en la covacha y nos llevamos la sorpresa de que las chicas no estaban. A ver si se las ha llevado el santo, dijo Calixto sonriendo; pero Damián nos dijo que seguramente estarían en otra cueva más allá; (No me jodas dije para mis adentros, ¿otra?). Por aquí nos dijo (¿cómo? este está loco dije otra vez para mis adentros); quería meternos por un despeñadero donde casi no entraba un zapato, por suerte ya volvían las chicas, de modo que aprovechando la cosa, solté un “jo que tarde, se nos va a enfriar la comida” y como no hubo objeción tomamos el camino de vuelta.

Ya en el restaurante, nos encontramos con un jambo alto y medio rubio, que llevaba un pantalón, no se si de prisionero o de bucanero; decir que estaba fumando un trujas sería mucho decir; tras los saludos de rigor entramos y detrás nuestro el pirata que resulta que era el puto jefe. En la mesa de al lado estaba sentado un jamelgo comiendo a cinco o seis carrillos acompañado de una jamona con cara de susto (seguro que pagaba ella). El filibustero se manejaba con un aire de saber de qué va esta vida que me llamó la atención; era un filósofo moderno, una especie de ermitaño dedicado a saborear la vida sin pausa pero sin prisa.

La vuelta fue el acabose; no sabría calcular los litros por metro cuadrado, pero si no es porque al llegar al pueblo, Irena y Damián nos ofrecieron su mansión para secarnos y cambiarnos, hoy seguro que no estaría contando tantas mentiras.

Lo de la casa, (un cartel en la entrada decía: CASA DEL VIENTO Y EL AGUA) alucinante; una especie de anarquía ordenada, donde hasta el huerto llamaba la atención, un local donde cada cachivache vagaba a sus anchas, y un pozo que no era pozo; el asunto es que uno se sentía como invitado de la propia casa, como si esta conscientemente, tomase decisiones sin contar con sus dueños. Uno se encontraba allí en la gloria, pero había que trabajar al día siguiente y no creo que pensaran sacarnos más jamón (no les dejamos ni una raspa), de modo que nos despedimos algo avergonzados de aquella pareja tan amable y nos volvimos por donde habíamos venido.

9 jul 2018

COLINAS DEL CAMPO DE MARTÍN MORO TOLEDANO

Se comenta por ahí sobre este pueblo que en tiempos de moros y reconquistas; un tal Alfonso IX hizo alusión a que era tan difícil echar a los moros de la zona como cazar un oso vivo. Ya ves que cosas tenían aquellos reyes; poco podían imaginar que con el tiempo otros reyezuelos (ellos o sus sirvientes) acabarían cazando hasta elefantes).
 
Los vecinos de Colinas que dicen que eran de esos echaos palante, ni cortos ni perezosos salieron de caza y presentaron el troféo al rey y como postre hicieron huir a los moros del lugar; siendo correspondidos con ciertos privilegios (que a saber que fue de ellos). No obstante los vecinos agradecidos por no tener que ir a la guerra y otras cosas, regalaban un oso al señor del lugar (el mánager del rey por aquellos lares) que residía por aquél entonces (mira tú por donde) en Bembibre.

Entre medias un tal Martín Moro Toledano (no se yo si moro de apellido o toledano de descendencia) andaba a la gresca por allí con un tal Santiago, al que por cierto hicieron una ermita en el Campo, que creo que aún no ha desaparecido, el caso es que al final uno quedó para los anales como parte del nombre tan largo que tiene el pueblo y al otro le hicieron coplillas que ya se sabe lo necesitada que andaba entonces la peña de rimas:
               
                 Señor Santiago bendito
                que de los cielos bajaste
                veinticinco mil moros mataste
               en el campo de la victoria.
              Y ahora te vas a los cielos
              con los santos y la gloria.

Luego al parecer hay otras historias menores; se habla de la Agustina berciana, una leonesa de esas tierras que como la de Aragón, tenía más atributos que cualquier varón. Al parecer un día ni corta ni perezosa, harta del pasotismo de sus paisanos, armada solamente con un palo y el cuchillo de descuartizar osos y otras alimañas se echó al monte y cuando avistó la morería en voz alta les hizo saber que retaba al guerrero más audaz del grupo. Las risas y los chistes fueron estruendo hasta en Burgos, pero ya sabemos como se las gastan las féminas cuando algo quieren y al final mandaron al asunto a un bigardo de casi dos metros, que nada tenía de fraile ni de holgazán. Es el caso que la moza (la Paqui la llamaban), de tres certeros tajos dejó al mastuerzo sin poder utilizar más que el brazo derecho, tras lo cual dándole la cachaba que la Paqui llevaba siempre consigo le dijo, anda nene vuelve por donde has venido. Y cuentan también que de la vergüenza, no quedó por los alrededores ni un solo moro y no se les ha visto desde entonces por allí que se sepa. Por cierto, a la Paqui, ni coplas, ni nombres de calles ni nada de nada (cosas de machistas supongo yo).

Tengo que decir si he de ser sincero, que no se si será la cosa como la cuento o parecida porque confieso que el día que me la narraron estaba yo un poco bebido; no obstante si alguien quiere saberlo con certeza, que le pregunten al tío Catoute, que seguro que lo junó todo y si no les respondiera, porque a veces es un poco borde, siempre les queda subir a Arcos del Agua, que si no lo cuenta el uno, seguro que lo cuenta el otro. Y como tercera opción si las alturas les marean, póngase ustedes en contacto con un tal Don Ramón Otero que parece ser que es un conservador de montes e historias excepcional.