No tiene Claudia hoy su
mejor día, por lo visto ha tenido algunos problemas personales. Lo
ha dejado con su último novio, llevaban ya casi año y medio, se
había hecho a la idea de que esta vez sería para siempre, pero el
destino manda aunque a uno le cueste aceptarlo.
Claudia, estos días no
es Claudia; está desganada, apática, llora a todas horas y a pesar
de las invitaciones de sus amigas (menos una), sigue erre que erre
con sus lamentaciones. Cuando la gente está así, es difícil
buscarle consuelo, pero a pesar de todo, tratas de hablar, intentas
que suelten el suficiente lastre como para que su vida siga su curso.
Hemos tomado un largo café en una terraza y como no se me ocurría
otra cosa que decirle me inventé lo del árbol. Creo que lo
entendió, pero yo no estoy muy seguro de haber tocado la tecla
adecuada.
Cada vez caigo más en la
cuenta de que las relaciones son de usar y tirar, y muy raras las
parejas que continúan juntas pasados unos pocos años, salvo las
excepciones que confirman la regla. Veo mucho figurín, mucho cuerpo
serrano, pero sobre todo mentes vacías; y esa falta de capacidad se
suple con banalidades, que al fin y al cabo solo sirven para cierto
público.
Muchas veces es por un
tercer elemento; por un “me falta algo”; por monotonía, por puro
cansancio de esperar esa promesa de cambio que nunca se materializa;
no les faltan motivos a otras para cortar por lo sano cuanto antes, y
en algunos casos por desgracia ya es demasiado tarde.
Anda Claudia un poco
encorvada; aún le quiere y no termina de creérselo, siente el peso
del planeta sobre sus espaldas; esto no es vida piensa sin recordar
que al menos tres de sus amigas pasaron por lo mismo y ahora son
felices con sus nuevas parejas. Pero en su mente se repite machacona
y dolorosa la misma frase “ahora qué hago YO”.
El enamoramiento dura
poco, algunos le dan dos años como mucho, luego queda eso del
contacto, la proximidad de lo habitual, y de una actividad en común
a la que uno se adapta a veces por pura vagancia o conveniencia y por
supuesto, aunque menos, el respeto y el cariño por el otro. La
separación también tiene un poco del “qué dirán”. Cree
Claudia que su rostro es un libro abierto y huye de ciertas miradas
por temor a que adivinen lo que pasa y no se atreve a hablar de esto
porque se avergüenza, y no sabe que excusa inventar cuando vuelva a
casa de sus padres.
Vivimos tiempos
apresurados, donde conseguir ha sustituido a construir, donde se
busca un “ya” sin esfuerzo y así nos va. No solo son las parejas
las que no duran, tampoco las amistades porque no hay una base sólida
que las mantenga. La era digital ha llegado para trastocar la
realidad por pura fantasía y lo está haciendo tan bien que ahora
mismo ya estamos viendo gente próxima a nosotros que piensa que lo
real solo existe en el móvil, en el ordenador o en la caja tonta.
Claudia (le dije);
imagínate un árbol cargado de fruta, imagínate un gran vendaval
que le despoja de toda su carga. ¿Lo ves?. ¿Debería estar triste
el árbol?. Es posible, pero solo porque no sabe que el próximo año,
volverá la fruta a colgar de sus ramas de nuevo. Las relaciones, son
algo similar, a veces se pierden los frutos, pero la persona, al
igual que le ocurre al árbol, continuará su ciclo vital, y
posiblemente con mejores frutos y el árbol con frutas jamás
imaginadas.
Pienso, pienso y pienso
que tal vez sea mejor esto que las ataduras del pasado; que el que
más y el que menos pasa por lo mismo, mejor o peor alguna vez en su
vida; que las lecciones del sufrimiento te dan veteranía frente a la
vida; pero sobre todo pienso que no me gustaría estar ahora mismo en
la piel de Claudia.