Estoy
muerto, aburrido, cansado, harto de tanta naturaleza viva, de tanto
silencio secuaz, de la comida saludable, pero sobre todo de la
ausencia de tele, de mis videojuegos, de mi móvil, (no sabes cuanto
te echo de menos amigo).
.-¿Qué
tal si nos vamos de fin de semana a una casa rural? (Me preguntó
Susana el lunes.)
.-
Será una experiencia maravillosa (me dijo).
.-
Respiraremos aire puro por unos días, montaremos a caballo,
dejaremos de comer bazofia, haremos algo de ejercicio y cortaremos
leña para luego hacer el amor al calor de la lumbre de la chimenea.
Fue
escuchar lo del ejercicio y ya me dio un bajón que ni te cuento,
luego lo de la chimenea, como que me picó la curiosidad, y como
siempre he sido un blando, al final le dije que vale. Tres horas y
cuarto (que se dice bien) para llegar a un punto perdido en el culo
del mundo, destrozando los bajos del coche en los últimos dos
kilómetros que decía Susana que ya le habían advertido que eran
para hacerlos paseando (no te jode).
Entre
que salimos un poco tarde por culpa de un servidor, y las curvas,
recurvas y abajaderos por los que tuvimos que atravesar, nos dieron
la once, las doce y las otras dos; un trozo de hierro como de medio
kilo era la llave que colgaba de una especie de travesaño que hacía
las veces de recibidor.
Aquello
no encajaba, al final en una nota ponía que se giraba al contrario,
y por fin pudimos abrir aunque fuera a traición.
Aquello
no comenzaba muy bien que digamos, pero se puso peor cuando me enteré
de que la única luz era la de unos velones y una lámpara que al
parecer funcionaba con petróleo, aceite o vaya usted a saber con qué
artilugios los carga el diablo. Se me ocurrió llamar a Héctor para
que nos trajera un generador, pero tras más de tres cuartos de hora
de sube y baja, vete a la derecha, luego a la izquierda, sube el
brazo, y bájalo me vi obligado a desistir. Cero cobertura.
La
comida bocata de jamón que me había llevado yo, porque si tengo que
esperar a que la Susana la encuentre en el huerto, apañados estamos.
Luego salimos a dar una vuelta por los alrededores, pero no había
más que árboles, matojos, y mogollón de montañas a lo lejos que
aquello parecía no tener fin; así que al rato le dije a la moza que
yo me volvía (y me volví).
Para
cuando llegó la menda tenía un hambre que para qué, pero resulta
que había que coger unas zanahorias y unos puerros en el huerto,
pero es que además había que dar de comer a los caballos (y ahí me
mataron del todo).
Con
las mismas me cogí las llaves del buga, pero mira tú por donde al
cabrón le dio por no arrancar, de modo que hice de tripas corazón y
le dije a la Susana que lo estaba calentando por si las moscas
mientras pensaba por dentro a ver como nos las apañábamos el
domingo para volver.
Lo del
amor y la lumbre se fue al traste porque tras el paseo, no estaba yo
para más trotes, de modo que el sábado todos de morros, y el
domingo por la mañana, no se a quién dar las gracias por que el
cacharro arrancara, porque arrancó.
A la
Susana no la he vuelto a ver, se dio el piro después de ponerme bien
a caldo. Lo bueno es que ya casi ni me acuerdo de ella, porque he
recuperado mis partidos, mis partidas, mis videojuegos y la reina de
la casa; mi móvil de última generación que no lo cambio por nada.