RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

25 feb 2019

Remedios










Durante aquellos años fue la mujer más odiada de la academia. Llevábamos tres veranos coincidiendo en casa de Don Orestes y aquél fue el último, porque nos trasladamos a Bilbao por mor de un puesto importante que le habían ofrecido a mi padre.

Se llamaba Reme y los apellidos de lo más vulgar, Fernández y González; pero respecto a otros atributos, me tengo que morder la lengua, porque unos pechos como piedras, unas piernas de modelo a juego con un excelente culo, amén de un pelo maravilloso y una nariz extraordinaria, conseguían sin esfuerzo que todos los hombres se la quedaran mirando como si fuera una diosa.

Yo creo que no la odiaba porque fuera guapa, sino porque me quitó a Fernando durante casi mes y medio. Luego el muy mamón, quiso volver conmigo pero ahí pinchó ya en hueso. Yo me moría por él pero no podía rebajarme después de lo que me había hecho, y yo creo que fue entonces cuando comencé a odiarla con todas mis ganas.

De aquél verano recuerdo que Remedios estaba preparando ya unas oposiciones, y Don Orestes, le enseñaba lo que tenía que hacer, lo que no tenía que hacer, lo que tenía que decir y hasta lo que debía soportar; porque “ya se sabe hija en este mundo patriarcal, a las mujeres en la oficina os quieren de floreros, y si demuestras ser más lista que ellos, para tí tienes; de modo que hasta que llegue el momento, utiliza la inteligencia, que es la mejor arma que tienes”.

Yo creo que a ninguna (y sobre todo a ninguno) se le olvidará, un simulacro de oposición en la academia, donde Remedios debía poner en práctica todos los trucos que había aprendido en los últimos meses. De jurados, el propio Don Orestes, Orlando y Federico, el resto como observadores para presionar más a la opositora.

Yo estaba sentada en la segunda fila; entró la Reme con una camisa apretada a la que al menos le faltaban tres ojales por abotonar, una falda que más corta ya no sería falda sino cinturón y eso sí, pintada pero sencilla, nada de brochazos, algo de rimel, las cejas bien depiladas y un carmín entre rosa y rojo brillante que llamaba la atención.

Fue sentarse y a Federico y Orlando no se qué les atacó, pero decir que estaban alelados es poco decir, tal vez la palabra sería petrificados; claro que cuando me tocó escribir las preguntas en el encerado lo entendí y no pude menos que llevarme una mano a la boca. ¿Será guarra? Claro, con la falda tan corta, se le veía todo el pico de las bragas y ella tan campante.

Ninguna sabíamos nada, pero al parecer lo de la ropa era exigencia de Don Orestes y no debieron ser malos consejos, porque en menos de tres meses la Reme ya estaba trabajando en una oficina y ganándose un jornal, mientras las demás ahí estábamos pelando la pava y gastando el dinero en clases particulares.

Han pasado algunos años y no se como calificar lo sucedido aquél día; supongo que a ella le sirvió. A día de hoy soy incapaz de juzgarla. Yo que nunca he tenido estómago para dejarme manejar por ser mujer; al final, he tragado carros y carretas como una imbécil; ya que me ha tocado lidiar con un energúmeno como marido que no solo me ha maltratando, sino que además y lo que es aún peor, ha secuestrando mi libertad y hasta mi propia identidad durante más de diez largos años.

11 feb 2019

SEÑOR ENTRENADOR




Segismundo se llama, sí, como el personaje de Pedro Calderón de la Barca, pero en esta época.

Segismundo tiene un título de entrenador que pasea con orgullo en alguna de sus tarjetas que desde hace años, siempre lleva en el bolsillo.

Van ya cincuenta tacos acogiendo bajo su tutela a gente de todo tipo, cincuenta años de tratar de acrecentar las cualidades de unos y de otras, cosa que no siempre consigue, porque el material que le llega no es precisamente lo mejor de lo mejor. Tiene esa espina clavada y con cada pupilo renacen las esperanzas de que al menos por una vez la fama le roce aunque sea levemente.

Fué medallista en un campeonato de España a la edad de trece años, una promesa en ciernes que no logró superar jamás aquella gesta; todo el mundo daba por hecho que llegaría lejos, pero las cosas a veces se tuercen y vaya si se torcieron, porque jamás volvió a quedar en una carrera ni siquiera entre los seis primeros.

Es Segismundo de los que piensan que solo el trabajo y más trabajo le dará un medallista algún día, pero aunque alguno ha estado cerca, en cuanto le ha apretado un poco más las tuercas para conseguirlo se le ha roto por algún lado. No desespera porque a pesar de todo, que él sepa, tiene fama de buen entrenador y si no es un día es otro, siempre aparece algún chaval con ganas de llegar lejos y vuelta a empezar.

No se deja hacer Segismundo; es un entrenador de los duros, de los que saben perfectamente lo que quieren; ha llegado a tener hasta veinte chavales ocupando tartán; porque en esto también la antigüedad es un grado, y a pesar de las críticas la calle uno es prácticamente suya y no de esos pringaos que hacen un curso de quince horas por internet y ya se creen entrenadores. La calle uno a veces la comparte con Servando que no en vano es el único de los alrededores que estuvo en un tris de ir a unas olimpiadas, y a sus setenta y nueve años dos días por semana tiene calle asegurada; faltaría más.

Sus pupilos le llaman “señor” y los demás Don Segis que es a lo más que han podido llegar; y salvo Servando; de tú, ni dios. Aún recuerda a aquel gilipollas de concejal ofreciéndole la posibilidad de dar unas clases de gimnasia a gente mayor de la localidad menudo cabreo agarró; luego se lo dieron al pelotas de Cipri, que solo le falta besarle las botas al concejal de deportes cada vez que aparece por las pistas.

Don Segis es consciente de que el tiempo avanza, de que cada vez le quedan menos posibilidades de encontrar su “mirlo blanco”; pero sigue pensando lo mismo que hace cinco décadas; que, nunca se sabe; que: “tanto va el cántaro a la fuente...”.

Han pasado solo dos años de su muerte y del Sr. Entrenador, ya nadie se acuerda; bueno sí, Servando que ahora tiene que hacer las series por la calle ocho.