RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

11 feb 2019

SEÑOR ENTRENADOR




Segismundo se llama, sí, como el personaje de Pedro Calderón de la Barca, pero en esta época.

Segismundo tiene un título de entrenador que pasea con orgullo en alguna de sus tarjetas que desde hace años, siempre lleva en el bolsillo.

Van ya cincuenta tacos acogiendo bajo su tutela a gente de todo tipo, cincuenta años de tratar de acrecentar las cualidades de unos y de otras, cosa que no siempre consigue, porque el material que le llega no es precisamente lo mejor de lo mejor. Tiene esa espina clavada y con cada pupilo renacen las esperanzas de que al menos por una vez la fama le roce aunque sea levemente.

Fué medallista en un campeonato de España a la edad de trece años, una promesa en ciernes que no logró superar jamás aquella gesta; todo el mundo daba por hecho que llegaría lejos, pero las cosas a veces se tuercen y vaya si se torcieron, porque jamás volvió a quedar en una carrera ni siquiera entre los seis primeros.

Es Segismundo de los que piensan que solo el trabajo y más trabajo le dará un medallista algún día, pero aunque alguno ha estado cerca, en cuanto le ha apretado un poco más las tuercas para conseguirlo se le ha roto por algún lado. No desespera porque a pesar de todo, que él sepa, tiene fama de buen entrenador y si no es un día es otro, siempre aparece algún chaval con ganas de llegar lejos y vuelta a empezar.

No se deja hacer Segismundo; es un entrenador de los duros, de los que saben perfectamente lo que quieren; ha llegado a tener hasta veinte chavales ocupando tartán; porque en esto también la antigüedad es un grado, y a pesar de las críticas la calle uno es prácticamente suya y no de esos pringaos que hacen un curso de quince horas por internet y ya se creen entrenadores. La calle uno a veces la comparte con Servando que no en vano es el único de los alrededores que estuvo en un tris de ir a unas olimpiadas, y a sus setenta y nueve años dos días por semana tiene calle asegurada; faltaría más.

Sus pupilos le llaman “señor” y los demás Don Segis que es a lo más que han podido llegar; y salvo Servando; de tú, ni dios. Aún recuerda a aquel gilipollas de concejal ofreciéndole la posibilidad de dar unas clases de gimnasia a gente mayor de la localidad menudo cabreo agarró; luego se lo dieron al pelotas de Cipri, que solo le falta besarle las botas al concejal de deportes cada vez que aparece por las pistas.

Don Segis es consciente de que el tiempo avanza, de que cada vez le quedan menos posibilidades de encontrar su “mirlo blanco”; pero sigue pensando lo mismo que hace cinco décadas; que, nunca se sabe; que: “tanto va el cántaro a la fuente...”.

Han pasado solo dos años de su muerte y del Sr. Entrenador, ya nadie se acuerda; bueno sí, Servando que ahora tiene que hacer las series por la calle ocho.