RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

13 mar 2019

Mensaje recibido


Este fin de semana he sido invitado a una casa rural en plena montaña; no se si ha sido el aire, los cambiantes paisajes o simplemente la naturaleza a menudo salvaje que me rodeaba, pero me he sentido como trasladado a otro tiempo; a otra época lejana donde te das cuenta de la basura mental que inunda nuestros cerebros.

Salvo la ropa, (¡gracias! Jaime), el resto fue como un aprendizaje a veces casi de subsistencia; porque aunque atesoremos una memoria genética que nos empeñamos en destruir a golpe de modernidades, poco a poco vamos olvidando que tiempo atrás, nuestros sentidos eran los mejores sustitutos de esas empresas que machaconamente insisten en ponernos una alarma a la puerta de nuestras casas ofreciéndonos una seguridad que jamás tendremos.

Jaime, debe ser de esos pocos bichos raros que no usan teléfono móvil (ni falta que le hace porque aquí afortunadamente no saben lo que es tener cobertura). De los pocos que se hacen su pan, su vino, que cultivan sus lechugas, sus gallinas y un larguísimo etcétera que lo convierten en un individuo capaz de subsistir larguísimas temporadas sin hacer ninguna compra; aunque de momento, mientras crezcan sus árboles se ve obligado a pagar por talar cierta cantidad de madera.

Por Jaime me he enterado de la existencia de un tal César Tamborini; un argentino afincado en León de pluma ácida y fácil. Saben los argentinos más que nadie de reivindicaciones, no en vano les llevan robando el pan y la vida todos sus presidentes al utilizar al pueblo como su moneda de cambio (por aquí no vamos muy eufóricos que digamos ).

En unas hojas sueltas colgadas de un alambre del servicio que hacen las veces de papel higiénico, encontré un artículo titulado ¡LA JUBILACIÓN ES INVIABLE!; en el cual el maestro Tamborini, desmonta todas y cada una de las falacias encaminadas a hacernos creer que no hay dinero para los jubilados, y que haríamos muy bien (dicen) en hacernos seguros privados y otras privacidades.

Dice Tamborini, con mejores letras que las mías; que el estado no es un benefactor, puesto que los jubilados ya han cotizado durante su vida laboral para que llegado ese momento se les retorne lo sustraído. Que igual que ocurre con la salud y la educación, es necesario que cunda la imagen de que lo público no se sostiene para que los corruptos campen a sus anchas.

Nos recuerda como se nos descuentan cantidades mensuales de nuestra paga desde el primero al último día de nuestras vidas; que pagamos impuestos por tener coche, (por comprarlo, por venderlo, por mantenerlo) por tener piso, (por comprarlo, por mantenerlo, por venderlo) por aparcar, por la gasolina, el agua y el vino o la cerveza, a cambio todo ello de una subida de a veces céntimos o lo que suele ocurrir con demasiada asiduidad, bajada real de sueldo por aquello del aumento de precios o causa de esa crisis que inventaron ellos.
Recuerdo finalmente de aquél artículo algo que se está convirtiendo en una de las mayores monstruosidades llevadas a cabo por el hombre y el estado a partes iguales. Nos habla Tamborini de un estado insaciable e insensible con las personas mayores y me viene a la memoria las mil ochocientas setenta monedas de euro que paga mi prima Tere para que descuiden a su madre; recuerdo también la venta precipitada de algunas tierras, su propia casa y las noches sin dormir hasta conseguir que sus hermanos escotaran cuando se quedó sin trabajo (imposible cuidarla en la pensión).

Dice también el argentino, “es evidente que los que manejan el “cotarro” tienen asegurado su bienestar”. Muchos de ellos aún no lo saben o no quieren saberlo, pero también serán un día despreciados en alguno de esos “hoteles para mayores” en los que si no lo remediamos terminará recalando la herencia de guapos, feos, altos y bajos.