Fue Darío de toda la vida,
mi mejor amigo; nos conocíamos desde niños, ya que las desgracias
de la vida, nos obligaron a compartir madre.
No era Darío de los
pusilánimes, no, que va; ni medroso, ni tímido, ni blandengue, ni
nada de eso, no se achantaba ni ante media docena de tíos que le
doblaran la edad, y si algo no soportaba era la sola idea de que
alguien le pudiera considerar un cobarde o un miedoso; en cuyo caso
por h o por b, irremediablemente acabábamos a tortas; y digo bien,
“acabábamos”, porque como siempre íbamos juntos..; de modo que
sin ton ni son, te encontrabas metido en un fregado del que si bien
no te hacía maldita la gracia, al final parecía reforzar nuestros
vínculos de amistad.
Lo de las fiestas de los
pueblos era temible, pero al fin y al cabo, se podría decir que era
mi sino y había que templar gaitas y apechugar.
A veces por ese carácter
suyo tan difícil de controlar, discutíamos y en un par de ocasiones
llegamos a las manos, pero como ninguno de los dos éramos
rencorosos, al final ambos volvíamos al redil; aunque he de decir
que su orgullo no le permitía jamás ser el primero en dar el paso.
Poco a poco fuimos
creciendo, en los estudios ninguno era un hacha, pero mal que bien
nos defendíamos y pasábamos de curso; yo siempre me creí más
listo que él, y sin embargo un año me tocó repetir y desde
entonces siempre fue un curso por arriba, con lo que las peleas eran
más habituales y cuando no era un ojo, era un moratón en la
barbilla o en cualquier otra parte, con lo que en el aspecto físico
para mí esos pocos años fueron una bendición.
En lo laboral, cada uno
tomamos caminos diferentes y con las chicas, cada uno teníamos
nuestras preferencias.
Y mira tú por donde
después de tantos años, una sola frase que nos habíamos dicho mil
veces, dio al traste con toda una historia de amistad...
Ocurrió por el mes de
agosto en la playa, conocimos a un par de chicas de las cuales al
parecer una le hizo tilín a Darío. Estuvimos saliendo tres o
cuatro veces con ellas y una tarde me confesó que le gustaba
Victoria. Yo entonces dije: “la
verdad es que está para mojar”. Juro que ni una coma ni una
palabra más; ninguna mala intención; no era más que una frase
habitual entre nosotros para dar a entender que una chica tenía un
buen tipo, nada más, de modo que aún conociéndolo jamás me pude
imaginar que le sentase tan mal y aún hoy día me pregunto que le
pudo pasar por la cabeza, para levantarse enfurruñado y no volverme
a hablar.
Fueron días difíciles
con aquella convivencia tan enrarecida en casa; afortunadamente me
salió curro fuera y la verdad es que no he intentado ni una sola vez
arreglar las cosas. Puede que yo también me haya vuelto soberbio,
pero hasta Job (el de Uz), me daría la razón. Van ya para
cuatro años que no nos hablamos, y el caso es que madre está
enfadada con los dos por igual.
Yo he perdido una madre y
un hermano amén de los malos ratos que he pasado toda mi vida por
estas cosas sin que aunque aceptaba, yo nunca provocaba; por eso a
veces me pregunto ¿que fue lo que perdió él? ¿Qué fue lo que
ganó?