RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

16 ago 2019

Pérdida interior


Qué cabeza la mía; ¿cómo se llamaba?

Fue durante las fiestas del pueblo de mis abuelos, no se que edad tendría yo exactamente, pero aunque tengo unos recuerdos muy dispersos, los sentimientos son tan maravillosos, que aún me emociono con los pocos que me quedan.

Era la noche grande y oscura, tanto que en algunos puntos del pueblo había que encender los mecheros porque en cualquier momento podrías caer en cualquiera de las múltiples zanjas de una obra que el ayuntamiento había acometido, justo unos días antes de las fiestas. Nos pasamos gran parte de la noche cantando lo que hoy me parece una estúpida melodía ´compuesta solo de seis palabras: “Marujaaaa, tira un pedo que rujaaaa”. Evidentemente con los años todos cambiamos, porque en aquellos momentos todos nos reíamos como locos.

Serían como las dos de la madrugada y los componentes de la orquesta volvían ya cansados al entarimado tras un pequeño receso de media hora; yo había hecho buenas migas con una asturiana que veraneaba todos los años en un pueblo cercano por aquello de la silicosis de su padre y el benigno clima leonés. En una de estas, nos quedamos retrasados del grupo, nos acurrucamos en una esquina y tras un leve roce sin querer, empezamos a besarnos, primero como de tanteo y luego con ganas; le cogí de la mano, nos fuimos a la huerta del tío Ambrosio, y nos tumbamos bajo la nogala; pero ¿cómo se llamaba?.

Varios años después nos encontramos donde la plaza de Regla; ya hacía unos segundos, que incomprensiblemente se me había desbocado el corazón; dicen que es un lugar mágico, ya que no en vano es el punto más alto de la ciudad y tras unos segundos de silencio durante los cuales, solo nuestros ojos hablaron, nos volvimos a coger de las manos como antaño y nos perdimos entre las callejuelas de la ciudad; pero, ¿cómo se llamaba?

Han pasado ya muchos años de aquello, pero aunque sigo sin recordar su nombre, mi corazón tamborilea al son de mis pensamientos.

En una ocasión en “otras fiestas”, coincidimos varios de aquél grupo, y fue una satisfacción enorme que me recordaran su nombre; inmediatamente lo apunté con disimulo en un papel y me lo metí en el bolsillo junto a varios billetes de cien para no perderlo.

Han pasado dos o tres años desde entonces y no se que hice ni con su nombre, ni con los billetes; seguramente no le di importancia porque lo volví a recordar durante mucho tiempo; hasta hoy.

Qué cabeza la mía... ¿cómo se llamaba?

Pero... qué cabeza la mía, ahora, además de su nombre he dejado de recordar otras cosas.

Qué cabeza la mía... ¿Cómo era su rostro?