Tengo un mensaje para ti.
El susto, es una
respuesta natural, pero cuando en vez de decir “todo se quedó en
un susto”, la cosa va más allá y aparece el miedo, entonces ya no
hablamos de una respuesta animal, sino de una respuesta muchas veces
aprendida de nuestro entorno. Así vemos como un niño podría
pasearse a gatas por la terraza de un rascacielos y su respuesta no
sería miedo, sino curiosidad, porque no sabe lo que es caerse y
matarse.
El "ten cuidado" tan
habitual cuando despedimos a nuestros hijos el día que salen por la
noche, termina calando en su interior de tal modo que aunque solo
unos pocos llegarán a pensar “tengo que tener cuidado”, la
mayoría repetirán ese mismo mantra a sus descendientes cuando
llegue el momento.
En el caso del corredor,
sobre todo en el caso del joven, todos esos mensajes van formando
parte de su visión del deporte e incluso de la vida, por eso no
lanzaremos la imaginación a volar si pensamos que la carga
sicológica que algunos competidores tienen que soportar será tan
grande como lo sea el mensaje, tal vez tan grande como para
quintuplicar su propio peso durante toda la carrera, e incluso en
algunos casos, para que el peso sea insoportable.
Cuando un padre antes de
una carrera le dice a su hijo, que tenga cuidado con tal o cual
rival, o que no deje pasar a fulanito, o ese es un flojo, está
enviando un mensaje muy claro a la mente de su hijo: “enséñale a
ese cómo hay que correr para complacerme; si dejas que fulanito te
adelante, me vas a defraudar, o si te gana ese flojo eres más mierda
que él”.
Podríamos poner millones
de ejemplos, nada más fácil que ir unos días a las competiciones
para ver la sarta de estupideces que los padres vierten sobre sus
hijos, e incluso sobre otros sobre los que ni siquiera tienen ningún
parentesco.
“Vamos chaval hoy te
los meriendas a todos”. En ocasiones la intención no es más que
intentar animar, es decir, “ayudar”, pero por lo general,
deberíamos ser más cuidadosos con los mensajes; aunque por lo
general lo que subyace es una “preocupación real en los padres”
que es precisamente la herencia que recibieron en su día de los
suyos y no han sido capaces de impedir que se haya trasladado a sus
hijos. En realidad, deberíamos de haber aprendido que poco podemos
hacer por evitar que nuestro hijo sea rebasado por otro deportista,
incluso en la misma línea de meta sin que aún poniendo todo su
talento en ello pueda evitarlo; sin embargo lo que si podemos hacer
es evitar su sufrimiento, aunque para ello primero tenemos que
cambiar nuestra propia visión de la realidad.
Si tengo un compañero en
el trabajo que todos los días me dice “ánimo”, seguramente no
sea más que una simple expresión, o un deseo de amistad, pero el
cómo lo reciba yo ya es otra historia. ¿Por qué me dice ánimo día
sí y día también?. ¿Estará preocupado por mí?. ¿Será que
tengo mal aspecto por la mañana y no me he dado cuenta?.
Si alguien me dice
constantemente “ánimo, hoy vas a ganar”, es posible que piense
en ganar como una casualidad, no como una posibilidad que yo sea capaz de alcanzar.