RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

24 ene 2020

Sucesos que nunca suceden

 

Don Marqués es un hombre corriente; si tuviéramos que dar algunos detalles sobre su persona, diríamos que es adinerado y lo demuestra, por lo demás, como cualquier otro.

Tiene Don Marqués un aiga importado de los EE.UU., que es la envidia de muchos de los obreros de sus empresas, que bromean entre ellos diciendo: “Llegó allí el Marqués y les dijo me dan el coche más grande que haiga”.

Sucede que después de muchos tiras y aflojas, deciden en España imponer el “carnet por puntos”; no han pasado ni dos meses y a Don Marqués ya pocos le quedan, y no es de extrañar, porque se le ve pasar a todas horas zumbando a tanta velocidad que casi no se distingue el coche. Ya tuvo un susto cuando destripó al toro del señor Eutiquio, pero de aquella se libró porque dicen que el que conducía el coche en aquella ocasión era uno de sus obreros; también se libró cuando se estrelló contra la tienda de la señora Lucía (menudo susto la pobre), porque casualmente tampoco era el quien conducía y así parece que seguimos accidente tras accidente.

Pero hete aquí, que un día a alguien en la guardia civil, le da por comprar un aparato muy sofisticado, que no solo te da la velocidad a la que va el vehículo, sino que además hace unos retratos del conductor que ya quisiera para sí “Casa Sombras”.

Puestas así las cosas, ya no solo pierde todos sus puntos y alguno más, sino que se le prohíbe conducir durante un montón de meses, y es ahí cuando Don Marqués explota indignado ante tanta injusticia y la primera muestra de su indignidad, consiste en seguir conduciendo.

Don Conde, Don Nobiliario y Doña Nobleza, como no quieren ser menos, también se agencian sus respectivos bugas, y salvo la señora Grandeza que se comporta como uno más, el resto por lo que se ve, van por el mismo camino en lo de los puntos que Don Marqués, de modo que tras un accidente de consecuencias mortales, en el que por pura casualidad conducía otro obrero, y junto a algún gerifalte más; tienen una reunión a puerta cerrada y de ella se deriva un acuerdo; un pacto que se aplicará en breve en toda la ciudad.

Como castigo por sus desmanes, la ley obliga a Don Marqués, Don Nobiliario y a los demás alevosos infractores a dar una serie de clases intensivas pagadas por el estado durante varias semanas, durante las cuales tendrán dietas para comer y cenar.

Algunos de los ciudadanos que han sufrido los daños ocasionados por los desmanes de los citados conductores, están francamente cabreados, porque esas clases que pagan todos, se dan casualmente en dos de las academias que pertenecen, una a Don Marqués y la otra a Doña Nobleza, con lo que ambos están obteniendo pingues beneficios amén de no haber dejado de conducir ni un solo día. A muchos les gustaría denunciarles, pero temen quedarse sin sus respectivos puestos de trabajo, de modo que no les queda más remedio que prohibir a sus hijos salir a la calle, andarse con cuidado cada vez que salen a la carretera, cuando van de compras, o cuando vuelven del trabajo a sus casas.

Han pasado ya algunos años, y las cosas no solo no han cambiado, sino que ahora hasta las multinacionales del petroleo, del fracking, y cualquier otra forma de destrozar el planeta, hacen lo mismo y han conseguido con el permiso de la autoridad, otro negocio cada vez más lucrativo; que cualquier ciudadano del mundo les pague una cuota por cada uno de los residuos que generen.

7 ene 2020

macromachismos


Las posibilidades de nuestro cuerpo y de nuestra mente no son ilimitadas, como algunos deben pensar; no somos más que seres humanos (muy pomposamente llamados “homo sapiens”) y ni siquiera somos, como muchos piensan, el eslabón más importante del universo.

Menos aún comprendemos el cada vez mayor alejamiento del ser humano respecto de sí mismo y del resto de personas, pero más complicado se nos antoja aún entender nuestra deslealtad con la madre naturaleza, que incluso para algunos se ha llegado a convertir en un simple estorbo, una traba para sus egoístas planes.

Estamos acostumbrados a dar culto al cuerpo, y ello sucede cada vez con mayor frecuencia, porque en estas últimas décadas, herederas sin fortuna del famoso Siglo de las Luces que nos debería haber llevado a un mayor conocimiento y comprensión del ser humano; lo que vemos es que ese conocimiento solo se ha utilizado en gran medida para un desarrollo industrial e insostenible y para rebajar en grandísima medida las esperanzas de aquellos que menos tienen, desequilibrando exageradamente la balanza hacia aquellos que lo poseen casi todo.

Existe al parecer un orden cósmico, según el cual si tú sufres, yo sufro; si tú sonríes, yo también. Esa disposición, ese mandato, dicta que en el universo, todo tiene relación y que la diferencia entre tú y yo no existe, ya que lo único real, aunque no palpable es la unidad de medida a la que todos pertenecemos (el UNO). Claro que para creérselo, hay que bucear muy profundamente dentro de uno mismo.

Ese culto al “yo” más impersonal y estúpido, se ve agrandado por los medios que “gratuitamente” han puesto al alcance de nuestros dedos, que pueden en un santiamén teclear cualquier cosa que a la mente no pensante se le ocurra, siempre con la esperanza de que alguien o a ser posible muchas personas lo lean y ya sería el colmo que además les “gustase”.

Por otro lado, aquello que algunos esperaban obtener de los grandes cambios producidos durante el siglo XVIII, se ve escorado a las más alejadas y hediondas esquinas, donde se refugian unos pocos locos que escriben artículos y poemas, o bien se compadecen de otros seres humanos, o tratan de dar “luz” al instrumento que en su día hubo quien pensó, nos sacaría de la miseria intelectual y social en la que vivimos, la cultura.

Si Marie Madeleine Piochet de la Vergne, Madame Olympe de Gouges o Lady Mary Chudleigh, por poner solo tres ejemplos, pudieran desde sus tumbas atisbar como vive la mujer siglos después, se decepcionarían enormemente al ver qué poco hemos avanzado, y justo hoy en Barcelona, ha vuelto a suceder.