Mi estimado y desconocido
Saturnino, por la presente quiero que sepa, que allá donde esté
usted, será recordado al menos por este su servidor, como garante de
que los tiempos han cambiado inexorablemente, como por otra parte
viene sucediendo desde el principio de los tiempos.
Ha llegado su escrito a
mis manos con setenta y cuatro años largos de retraso y por pura
casualidad; pues tal vez mecido por el viento acabó en mitad del
camino que aquél día había yo de transitar. Desde entonces, no
dejo de preguntarme como es posible que este tesoro no haya sido
puesto a buen recaudo por sus familiares.
No se que vida habrá
llevado usted, aunque por la época me imagino que no sería fácil.
Me han conmovido su misiva, su letra bien compuesta, tiesa y tan bien
trazada y repartida por el limitado espacio que nos permite la
pequeña tarjeta, así como esos pequeños errores propios de gente
que no se estanca, sino que se esfuerza por seguir caminando derecho
sobre las líneas que nos traza el destino.
Desconozco su edad, ni
siquiera puedo imaginarle vivo ni muerto, porque con esta postal que
ha enviado a su querida madre, se ha vuelto usted inmortal, como
algunos de aquellos famosos dioses romanos, o griegos de los que
tanto han hablado los escritores de todas las épocas.
Con el permiso de usted,
voy a reproducir aquí mismo todo el contenido,
intentando reconstruir aquellas dos o tres letras que el destino ha
querido borrar de entre el resto de palabras de las que emana tanto
cariño hacia su añorada madre.
Por los datos que nos da,
podríamos deducir cual es el nombre de su madre; pero como el
santoral está lleno de santos, una vez realizada la búsqueda,
Jacinta podría ser un excelente candidato, pero vaya usted a saber
porque yo a los santos poco los meneo la verdad. He seguido la
búsqueda y me aparecen otros nombres como Julia, pero quien sabe si
habrá algún otro detraído de alguno de tantos santos varones que
al parecer (menuda tontería) abundaron más que las santas.
Cita de paso a sus
hermanos a los que imagina dichosos en compañía de su progenitora,
y deduzco por un capricho mental que era usted en aquella época el
mayor de sus hermanos, el más preparado tal vez para emigrar a otra
provincia a la que quien sabe cuanto tiempo emplearía en aquella
época en llegar; un destino que hoy por cosas de la providencia
industrial y mecánica podría hacer en poco más de una hora.
Pero vamos a lo que nos
interesa aquí; la reproducción del contenido de su tarjeta postal,
no vaya a ser que si algún jovenzuelo se detuviera a observar la
copia que adjunto de su escrito, se pensara que estas letras además
de cosa del pasado fueran pura magia y girase la cara aburrido hacia
su inseparable móvil:
“Barcelona
17 de febrero de 1946”
Querida
madre; Mil Felicidades
en
el día de su santo 20 de febrero de 1946.
Con
toda el alma y amor filial, la deseo los tenga muy felices en
compañía de mis hermanos que tienen la dicha de encontrarse en este
día a su lado, yo triste de mi que por encontrarme tan lejos, siento
en el corazón la pena de no poderme hallar en este día a su lado
para darle un fuerte y cariñoso abrazo y colmarla de alegría que se
merece V. mi querida madre,
Reciba
pues mi boluntad y deseo por estas letras que la escrivo en
esta postal de la ciudad donde me encuentro, su hijo que la quiere,
Saturnino M....”