RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

30 dic 2020

EL ILUSO

 

Era un buen chaval, había practicado varios deportes y trepado ya varias montañas lo que en aquellos tiempos pocos de su edad lo podían decir; no recuerdo si era entonces cinturón negro de karate o tal vez marrón; y sin embargo sus ídolos transitaban por el tartán de las pistas de atletismo de todo el mundo.

Tenía sed, mucha sed, pero no de agua. Soñaba despierto con que algún día tal vez... de modo que cambió el kimono por unas zapatillas, una camiseta y un pantalón corto. Tardó aún un tiempo en probar las zapatillas de clavos, porque su entrenador de entonces no se lo recomendó hasta tener algo más de entrenamiento, pero el día que se los puso por primera vez para hacer solo una o dos de las ocho que tenía, vio a dios.

Entrenaba con la élite del barrio, no porque realmente hubiera muchos figuras, sino porque algunos lo creían así, aunque finalmente prácticamente ninguno llegó a nada más que a ganar alguna carrerilla de poca monta.

Se tomaba las competiciones como se tomarían algunos unas oposiciones al estado, con muchos nervios, mucha ansiedad, pero sobre todo con una ilusión y unas ganas enormes, lo que le permitía llegar a veces entre los cien primeros e incluso antes si eran menos los competidores.

Poco a poco se fue habituando a los entrenamientos, no solía fallar nunca, bajaba regularmente de peso, se ponía un poco más en forma, perfilaba sin prisas una técnica muy característica que le restaba velocidad, y poco a poco fue avanzando puestos en las clasificaciones, incluso llegó a ganar alguna media maratón y subir al cajón en algún campeonato regional.

Un buen día se encontró peleando con alguno de aquellos figuras que se denominaban élite a sí mismos y una vez más, sin prisas pero sin pausas se los fue merendando poco a poco.

¿Seré capaz de hacer esto o esto otro? Se preguntaba de cuando en cuando, y un día sí y otro también se ponía retos y alcanzaba metas en otro tiempo inalcanzables.

En una ocasión, se planteó hacer una carrera por montaña a la que llamaban “travesera”, eran algo así como noventa kilómetros, se lo comentó a su entrenador que como era de esos “flojos” que deambulan por ahí, le dijo que adelante, siempre que el reto fuese participar, no terminar el recorrido a toda costa; su padre tenía dudas más que razonables, pero entre unos y otros aunque sobre todo la ILUSIÓN, le vencieron y accedió a que su hijo que aún no había alcanzado la mayoría de edad participase.

A partir de ahí su vida cambió; los entrenamientos no tanto y desde luego nadie habría dado un duro por él si hubieran sabido lo que entrenaba, pero de nuevo, uno de esos retos que algunos catalogaban de imposible e incluso él pensaba que poco probables por su enorme dificultad se hizo realidad.

Hoy ya no recuerdo su nombre, pero su tesón, su enorme fuerza de voluntad en los entrenamientos y los avatares a lo largo de su carrera deportiva permanecerán para siempre en mi frágil memoria.

8 dic 2020

ROCÍO

 

Tengo que confesar que no era yo muy de teléfonos portátiles; en mi vida me había imaginado que caería como casi todo el mundo bajo el dominio de esas redes infernales que que por tierra mar y aire nos acosan y nos acucian.

El mensaje me llegó por “telegram”; solo lo uso con dos o tres personas a lo sumo; pero ya se encargan “ellos” de enviarme cada poco mensajes comentando que se ha añadido este o aquél; a veces aunque son conocidos los elimino, pero otras lo dejo correr.

No recuerdo el contenido exacto de la misiva electrónica que me llegó, ya que tengo por costumbre cada poco borrar todos los mensajes; pero más o menos Rocío me decía que se pasaría por la ciudad y que estaría disponible durante el puente por si queríamos vernos.

Por supuesto que quería; es Rocío de esas personas rodeadas por ese circulo luminoso que llaman halo o aura; esa especie de luna con la que rodean las cabezas de los santos en muchas pinturas religiosas. Algunos hablan de fenómenos paranormales, pero he leído que en el Tibet algunos monjes son capaces de percibir sus distintos colores a simple vista, siendo capaces de ese modo de adivinarlo todo sobre cualquier persona; yo que ni soy monje, ni religioso, me conformo con escudriñar tras unos ojos cuyo color soy incapaz de definir con exactitud.

Por supuesto nos citamos; para mi pesar no disponía yo de mucho margen; una pena, porque con Rocío el tiempo desaparece para convertirse en un intenso instante. No suele ocurrir que a una fracción de tiempo la tildemos de hermosa, y sin embargo siempre lo es cuando se trata de ella.

Como siempre abordamos varios temas que por lo general se suelen diluir como la materia cuando no tiene cuerpo ni volumen propio; hablamos eso sí lo recuerdo sobre los miedos que dominan a cierta gente, de miradas que hipnotizan, de aduladores; sobre las dudas que adornan a veces al género humano y casi nunca a los animales o a las plantas, y como de refilón algo comentamos del amor espiritual y de aquél otro que concede excesiva importancia a esos intereses materiales que son en realidad los que por desgracia mueven el mundo.

Las despedidas con Rocío siempre suelen ser largas, como las de los enamorados, porque siempre hay una penúltima frase que aportar, pero hoy había obligaciones que cumplir y se alargó justo lo necesario. Nos despedimos con un flaco beso y un generoso abrazo de esos que se semejan al cargador de cualquier aparato eléctrico. Yo en este sentido me volví con las pilas cargadas que a buen seguro me aguantarán hasta nuestro próximo encuentro.

La mayoría de los mortales no lo comprenderán, pero me regaló los elementos necesarios para sostenerme con majestuosidad durante esa vejez que en su momento me cubrirá, quien sabe si de canas o de dudas.