LA
VIEJA TÁCTICA DEL DESPRESTIGIO
Casi
todos alguna vez hemos hecho alguna crítica injustificada o al menos
sin ninguna base que la sustente contra alguien; si era un compañero
de clase, pudo ser porque era más listo que yo; si era un
deportista, seguramente era mejor que yo corriendo; si estuviéramos
hablando de un compañero de trabajo, seguramente era más eficaz que
yo; si era una mujer es fácil que me hubiera dejado unos días
antes.
En
todos los casos, la falta de honradez, las pocas luces, la rabia y a
menudo la envidia; sin duda me empujaron a decir lo que dije;
buscando con toda seguridad bajar en algunos peldaños la opinión
que las personas a las que me dirigía tenían sobre mi amigo, mi
compañero, mi rival, o mi chica.
Afortunadamente
no todos eran unos incautos aunque la gran mayoría me diera la
razón, y alguno hubo que explicó mi error con elocuencia; entonces
no quise comprenderlo, mi cerrazón, mi mal perder no me permitían
aceptar lo que yo consideraba entonces una traición del que hoy día
es mi mejor amigo.
El
tiempo pasa, y aunque es totalmente falso que todo lo cure; tiene
algo del efecto del aguarrás sobre la pintura; es decir que esta se
diluye, pero nunca desaparece del todo. El tiempo pasa como decía y
vamos sufriendo algunos cambios que si tenemos suerte a veces son
pequeños, casi imperceptibles, y a veces son repentinos y violentos
como una tormenta de verano; sea como fuere uno no suele ver las
cosas igual con catorce que con cuarenta más.
Uno
va comprendiendo que desprestigiar a los demás, sobre todo cuando es
por nimiedades; es un recurso fácil pero rastrero y cobarde; uno se
da cuenta de que el problema es que no sabemos perder, no tenemos
capacidad de perdonar y por el contrario muchísima para odiar al
prójimo por cualquier motivo; parece que el “ojo por ojo” que
predican algunas religiones se nos ha metido hasta el tuétano, y sin
embargo no nos han enseñado a meditar, a incluir en nuestros códigos
de conducta que hay muchas posibilidades de hacer pagar al inocente
si nos dejamos llevar de la rabia; y la historia nos demuestra que a
veces, el “inocente” ha sido el hijo, el padre, o el hermano del
que aplicó la ley con premura.
Vivimos
en un mundo que ha evolucionado e involucionado; vivimos en la era
digital, en la era del control absoluto; en una época en la que
sabiendo lo que sabemos podríamos vivir todos felices y en paz; pero
desgraciadamente las intenciones de los que nos gobiernan, y sobre
todo, las de los que gobiernan a quienes nos gobiernan; están muy
lejos de objetivos tan triviales que por lo general no dejan
beneficios en sus enormes cuentas corrientes. Todos somos conscientes
de que los políticos no buscan el beneficio de los ciudadanos, sino
aumentar a costa de lo que sea, el poder que se deriva de sus cargos.
Hoy
estamos viendo estupefactos, como los “talibanes” de ayer; los
terroristas, los asesinos, viven entre nosotros, ¡si! ¡entre
nosotros!; son nuestros vecinos, a veces incluso nuestros padres y
nuestros hermanos.
Hoy
aunque resulte difícil de creer, el enemigo a batir; los
“talibanes”, son los funcionarios, los mineros, los médicos, los
maestros, los bomberos, los parados, los hambrientos, incluso muchos
policías que siguen aún besando los pies de sus amos; y sin
embargo, asistimos presas del pánico a una terrible paradoja; el más
desprestigiado de todos, resulta ser el propio gobierno.