Don Marqués es un hombre
corriente; si tuviéramos que dar algunos detalles sobre su persona,
diríamos que es adinerado y lo demuestra, por lo demás, como
cualquier otro.
Tiene Don Marqués un
aiga importado de los EE.UU., que es la envidia de muchos de los
obreros de sus empresas, que bromean entre ellos diciendo: “Llegó
allí el Marqués y les dijo me dan el coche más grande que haiga”.
Sucede que después de
muchos tiras y aflojas, deciden en España imponer el “carnet por
puntos”; no han pasado ni dos meses y a Don Marqués ya pocos le
quedan, y no es de extrañar, porque se le ve pasar a todas horas
zumbando a tanta velocidad que casi no se distingue el coche. Ya tuvo
un susto cuando destripó al toro del señor Eutiquio, pero de
aquella se libró porque dicen que el que conducía el coche en
aquella ocasión era uno de sus obreros; también se libró cuando se
estrelló contra la tienda de la señora Lucía (menudo susto la
pobre), porque casualmente tampoco era el quien conducía y así
parece que seguimos accidente tras accidente.
Pero hete aquí, que un
día a alguien en la guardia civil, le da por comprar un aparato muy
sofisticado, que no solo te da la velocidad a la que va el vehículo,
sino que además hace unos retratos del conductor que ya quisiera
para sí “Casa Sombras”.
Puestas así las cosas,
ya no solo pierde todos sus puntos y alguno más, sino que se le
prohíbe conducir durante un montón de meses, y es ahí cuando Don
Marqués explota indignado ante tanta injusticia y la primera muestra
de su indignidad, consiste en seguir conduciendo.
Don Conde, Don Nobiliario
y Doña Nobleza, como no quieren ser menos, también se agencian sus
respectivos bugas, y salvo la señora Grandeza que se comporta como
uno más, el resto por lo que se ve, van por el mismo camino en lo de
los puntos que Don Marqués, de modo que tras un accidente de
consecuencias mortales, en el que por pura casualidad conducía otro
obrero, y junto a algún gerifalte más; tienen una reunión a puerta
cerrada y de ella se deriva un acuerdo; un pacto que se aplicará en
breve en toda la ciudad.
Como castigo por sus
desmanes, la ley obliga a Don Marqués, Don Nobiliario y a los demás
alevosos infractores a dar una serie de clases intensivas pagadas por
el estado durante varias semanas, durante las cuales tendrán dietas
para comer y cenar.
Algunos de los ciudadanos
que han sufrido los daños ocasionados por los desmanes de los
citados conductores, están francamente cabreados, porque esas clases
que pagan todos, se dan casualmente en dos de las academias que
pertenecen, una a Don Marqués y la otra a Doña Nobleza, con lo que
ambos están obteniendo pingues beneficios amén de no haber dejado
de conducir ni un solo día. A muchos les gustaría denunciarles,
pero temen quedarse sin sus respectivos puestos de trabajo, de modo
que no les queda más remedio que prohibir a sus hijos salir a la
calle, andarse con cuidado cada vez que salen a la carretera, cuando
van de compras, o cuando vuelven del trabajo a sus casas.
Han pasado ya algunos
años, y las cosas no solo no han cambiado, sino que ahora hasta las
multinacionales del petroleo, del fracking, y cualquier otra forma de
destrozar el planeta, hacen lo mismo y han conseguido con el permiso
de la autoridad, otro negocio cada vez más lucrativo; que cualquier
ciudadano del mundo les pague una cuota por cada uno de los residuos
que generen.