Era uno de esos días, en
que a poco que te menees se te pega la camiseta a la espalda y el
pescuezo pide que le pongas a remojo en la primera fuente o presa que
encuentres por el camino.
No serían más allá de
las once y media de la mañana, pero Lorenzo ya apretaba de lo lindo
sin importarle un pito si a mí me apetecía o no. Es lo que tiene la
naturaleza, que va por libre e incluso cuando le pones freno parece
que siempre de un modo u otro busca, (supongo que sin querer)
venganza.
Pasaba por una finca
donde pastaban como media docena de caballos (o yeguas que ahora
mismo no había caído yo en eso), cuando un potrín, seguramente
de menos de un año (o potrina que tampoco en eso me fijé) se
acercó a la valla, una de esas que descargan corriente si tocan los
animales, y se me quedó mirando fijamente al tiempo que movía la
boca. En un principio, supuse lógicamente que estaba rumiando, pero
al poco me pareció que de su hocico salían algunas palabras
ininteligibles.
Tras dos o tres cabezazos al aire, fue como si se hiciera la luz e inmediatamente comencé a
comprender todo lo que me decía, que no era mucho por cierto, aunque
lo que me llamó mucho la atención, fue el tono, algo así como de
mala baba, como hablan todos los jefes incompetentes del mundo.
Yo dije no me digas
porqué lo dije: ¿Qué?
Y el animal contestó
inmediatamente y con voz clara y potente: “Que saques esa cámara
que llevas en la mochila y me tires una foto ¡atontao!. ¡Vamos!,
¿es que estás sordo?. Venga que no tengo toda la mañana jambo.
¿Cómo se afronta una
situación así?. Pues lo primero es que se pone la cara de tonto y
los labios se te caen sobre el pecho mientras miras para todos los
lados; luego se te ocurre que igual es una broma, pero no hay ni un
alma en aquella extensa pradera a punto de echar humo por la
calorina, de modo que sacas la cámara que efectivamente llevabas en
la mochila y te sorprendes preguntando al animal ¿De cuerpo entero?.
Pero chaval, ¿acaso
estás preparando oposiciones a gilipollas?. Hazla como te plazca,
pero ¡YA!.
No me dio tiempo mas que
a disparar una, pues el bicho tendría seguramente algún
don especial, se las piró inmediatamente con sus compañeros sin
decir esta boca es mía y dejándome con cara de no entender ni jota.
Para cuando llegué a su
altura de nuevo, simulaba comer hierbas de aquél secarral con sus
colegas, al tiempo que iba expulsando las anteriores (supongo) en forma de grandes bolas y como era de suponer, pasó de mí
como si no hubiera sucedido lo que sucedió.
Se que siempre habrá
alguien que no se lo crea, pero afortunadamente al llegar a casa pude
constatar que en esta ocasión tenía pruebas de lo acontecido.
La foto.