Se llama Doroteo, pero
le llaman Doro como a su abuelo; aunque no es tan malencarado como
su ancestro.
Pertenece Doro a una
familia que aunque parece una más del pueblo, en realidad tienen una
gran fortuna amasada tras varias generaciones. Recuerda la última
vez que calló la del pulpo y perdieron trescientas mil pesetas por
culpa de una maldita gotera.
Como quiera que la
regulación fiscal no le inspiró confianza por aquello de que uno
nunca debe fiarse de ningún gobierno, y menos cuando hay billetes
por medio, y asustado ante las nuevas elecciones que podrían llevar
a los radicales al poder, decide meterlo todo (bueno, todo no, solo un
pellizquín), en un banco en Andorra que por lo que le han
contado además de estar más seguro que en la viga, da más
beneficios.
Lleva días echando
cuentas y al final cree que tendrá que hacer más de un viaje porque
aunque ha procurado estos últimos años ir guardando billetes de los
grandes, aún ocupan mucho; de modo que el lunes temprano después de
ordeñar se coge la tartana con la idea de volver el martes a la
anochecida.
Esto de no salir del
pueblín da cosa. Menos mal que el Tancredo tiene una nieta que
sirvió en Barcelona y más o menos le apunta en una hoja el
itinerario, para que no tenga percances.
El dinero lo lleva en una
bolsa de basura de las grandes que le prepara la Dolores que para
estas cosas es muy apañada. El Jacintín quería meterlo en el
maletero, pero él prefiero tenerlo a la vista en los asientos de
atrás.
A poco de partir comienza
a pensar si la paisana no se habrá pasado porque no hay quien pare
en el coche. Lleva ya un rato con ganas de orinar, pero no se atreve
a parar por ahí, no le vaya a salir un delincuente y le amuele el
viaje. Cuando estaba solucionando el problema gracias a una botella
de agua vacía, se topa a unos cientos de metros con los de tráfico,
se le pone un nudo en la garganta y le entra tal acojone que se le
esparrama todo el pis por todas partes sin tiempo para ocultar el
arma del delito.
No es lista ni nada mi
Dolores (piensa Doro), como a treinta metros de los civiles,
se ve que el tufo era tan grande que le mandan continuar a grandes
aspavientos con lo que se libra de una buena.
Para a repostar y un tío
con muy mala leche le dice que ya puede echarse el solo la gasofa que
lo que es él no se acerca y que ya puede ir rápido que le espanta
los clientes. Doro lo comprende y dócilmente se las apaña por
primera vez en su vida para lo del carburante, deja los cincuenta
euros bajo una lata de aceite y se va pitando.
Para cuando ve un cartel
de Andorra a poco más de cien kilómetros está que ya no puede con
el cuerpo. Busca un lugar donde descansar pero parece que por esta
parte del país después de las siete y media, no sale de casa ni dios, con lo que
opta por ahorrarse los cuartos y dormir en la cirila, y aunque el
problema de los olores le amola un montón, tampoco es cuestión de
dormir por ahí con las ventanillas bajadas, de modo que deja un par
de rendijas y listos.
A pesar de que el tufo le
está matando y hasta le dan arcadas de cuando en cuando, duerme
como un bebé .
De madrugada se dirije al
banco con el dinero, pero otra vez ese galimatías ininteligible, y
hasta que no le hace gestos al guarda de que hay dinero en la bolsa
de basura, el de la porra no avisa. Luego le mandan ir a un portalón
grande que parece una cochera a la que se acerca inmediatamente un
señor de corbata que para su descanso se explica en correcto español
(Bueno acercarse acercarse no mucho porque el hombre se quedó a
más de dos metros y medio con un pañuelo todo el tiempo en la boca,
que supone Doro que sería para que no le leyeran los labios).
Al final no llegan a
ningún acuerdo, porque le dicen que necesita otros 22 kilos más
para poder abrir la cuenta especial.
Desesperado está a punto
de volverse para casa cuando se le ocurre que lo mismo que tiene
enterrado dinero en el pueblo, puede enterrarlo aquí sin que nadie
se entere, así cuando traiga el resto, correrá menos riesgos.
Dedica la mañana a buscar zonas altas donde no vaya gente y la cosa
sea segura y pocos kilómetros más adelante cree encontrar lo que
buscaba.
Cuando cree que la cosa
marcha, ve dos tíos corriendo y se pregunta que hacen tan lejos de
África. Uno le va diciendo al otro algo así como gooo mooofarrr, la
verdad es que corren que se las pelan, no ha dado ni diez pasos y ve
con estupor que vienen más chicos y chicas detrás; todos hablan
lenguas extrañas y no puede evitar preguntarse: ¿qué pasa aquí?.
Toma la dirección
contraria y se dirige a un pico que hay a su derecha. Tras más de
dos horas de caminar, satisfecho, no ve a nadie; puede que porque el
terreno está infestado de marmotas. ¡Qué bichos más raros! se
dice. Por fin encuentra el que cree es el lugar indicado y procede...
El pestazo se vuelve
insoportable al abrir la bolsa, pero hay que terminar con esto sea
como sea. Va sacando basura y más basura y de billetes nada de nada,
insiste, mira para atrás, para un lado, para arriba, se rasca la
cabeza, hace memoria, busca y rebusca pero ni un miserable billete de
diez. ¿Qué ocurre?.
El temor a que le hayan
dado el cambiazo le hace caer de culo en el suelo. ¡Imposible!.
Varias generaciones pasan de repente por su mente y se le pone cara
rara. Se lava como puede en un arroyo y se dirige al lugar donde dejó
el dos caballos, al llegar busca de nuevo pero nada. Tras grandes
complicaciones porque aquí estos atontaos no le entienden, consigue
tener a la Dolores al teléfono.
En su cabeza martillea
constantemente una frase: “La que me va a caer”.
-¿Lola?
-¿Doro eres tú?
-Oye Lola, que la hemos
liao, que se nos han podrido los millones.
-Anda atontao, vuelve pa
casa que ya te daré yo a tí millones. Por un pelo no se han ido
todos con el camión de la basura, atontao más que atontao, burro
animal, zopenco, que te llevaste la basura de varios días y dejaste
el dinero en la otra bolsa. Vuelve a casa y deja de hacer el
mastuerzo...
-Bueno adiós, que vuelvo
ya.
Doro es un hombre feliz, piensa que
nunca una bronca le ha procurado tanta dicha. Se acuerda de toda esa
gente que tiene los dineros en bancos tramposos y no siente envidia
alguna. Ya pueden venir los radicales al gobierno que al final ya su
abuelo lo decía: “como en casa en ningún sitio”,
así que en cuanto llegue de nuevo al pueblo, ya sabe lo que hacer.
El dinero otra vez a la viga, como ha sido siempre.