Hay de todo en la viña, pero entre todas las cepas, siempre hay alguna con una longevidad excepcional, capacitada para soportar la lluvia, el sol, el fuego o las peores condiciones imaginables.
Hay animales que se pasan gran parte de su existencia luchando contra las adversidades sin rendirse jamás; como el pájaro al que destruyen el nido, o el castor al que se le lleva su casa un exceso de corriente.
Entre los humanos, también hay ejemplos de personas que son como la cepa, como el pájaro o el castor. Tienen unos objetivos bien definidos, tienen fe en sí mismos, disciplina y sobre todo una gran dosis de valor.
Aguantar un día las dificultades no es nada extraordinario, si son semanas la cosa cambia, pero meses o años luchando para alcanzar una meta, nos indican que tras ese gran esfuerzo tenemos a alguien extraordinario, alguien que no mira atrás ni a los lados, que no vacila y que vence el temor con tozudez.
Cada nuevo fracaso es un nuevo chute de energía para continuar sin salirse del camino, una enseñanza; una experiencia que aumenta la capacidad para enfrentarse a las adversidades; una circunstancia que solo unos pocos saben convertir en ayuda.
Son los que perseveran, los que no suelen dar zancadas exageradas, sino apoyos cortos; los que tras los primeros doscientos kilómetros recorridos y aún teniendo el cuerpo para pocos bailes, son perfectamente conscientes de que ya han superado más del 60% de la prueba y se preparan para dar los más de doscientos cincuenta mil pasos que les quedan hasta llegar a meta.
A menudo son nuestros vecinos, a veces se nos antojan seres insignificantes, gente un pelín rara y sin embargo deberíamos envidiarlos, porque cada uno de ellos en su faceta particular, es capaz de dar continuidad a sus proyectos, a pesar de que alguno no haya acumulado a lo largo de su vida más que fracasos.
O al menos eso es lo que se creen algunos.