Existen dentro del
panorama laboral diferentes alternativas y distintos criterios a la
hora de elegir la actividad que va a marcar aproximadamente el
cuarenta por ciento de nuestras vidas.
Pero conjugar
entretenimiento y obligación no resulta tan sencillo como debiera.
En ocasiones elegimos temprano cual va a ser el papel que queremos
jugar en el futuro, pero otras veces las circunstancias nos empujan a
tomar decisiones contradictorias y terminamos haciendo algo con lo
que jamás habíamos contado.
Son demasiados los
jóvenes que han tomado la decisión más importante de su vida, no
pensando en hacer lo que querrían, sino aconsejados de manera “bien
intencionada” y al final demasiado a menudo, les quedará ese sabor
amargo por no haberse decantado por aquello que les hacía más
ilusión.
Con asiduidad, los padres
damos prioridad a aquellas profesiones bien remuneradas, incluso
optamos por las más aplaudidas por el gran público y rara vez
aceptamos que la vida aunque corta a veces se hace larga si no
sabemos elegir bien.
Como he escrito, la vida
es larga pero se nos va en un santiamén y es inevitable que de
cuando en cuando hagamos un repaso de lo positivo y negativo a lo
largo de nuestro trayecto vital, siendo la nota obtenida mucho más
importante que la de cualquier selectividad. Cuando la nota es alta
significa satisfacción, cuando el aprobado es raspado implica dudas
pero cuando suspendemos, solo hay dos caminos, aguantarnos o cambiar
radicalmente el sentido de nuestras vidas.
El papel del entrenador
es similar a veces al de los padres, hasta el punto de cometer los
mismos errores a la hora de aconsejar, ya sea por buscar la parte
económica o la fama en vez del disfrute que es el verdadero camino
para llegar a la satisfacción personal y por lo tanto a la de
aquellos que de verdad nos quieren.
A todos nos pueden salir
mal las cosas incluso cuando se estima que los criterios han sido
correctos, todos los atletas son susceptibles de lesionarse y todos
los hijos son susceptibles de desviarse del “buen camino”,
incluso con la mejor educación y las mejores atenciones. Pero lo que
no es perdonable es que ese cambio de trayectoria venga influido por
el padre, el entrenador e incluso la propia sociedad cuando lo que se
busca no es el bien del tutelado, sino la notoriedad de su
representante.
Cuando se siente placer
con lo que se hace, cada metro que recorre el deportista es un
pequeño lapso de placer incluso en situaciones adversas; como cuando
el cuerpo pide tregua, cuando duelen las piernas, o cuando la mente
trata de traicionarnos con el famoso “anda retírate y que le
den”.
Cuando nos enfocamos
hacia el vil metal o el triunfo social y mediático, los momentos de
disfrute, serán tantos como victorias podamos conseguir y el “anda
retírate y que le den”, se torna más efectivo en estos casos,
sobre todo cuando las victorias se antojan insuficientes.
Nos programan para ser
campeones desde la escuela, pero los buenos maestros, como los buenos
padres y como los buenos entrenadores, saben que el verdadero
campeón, es el que defiende con tesón una causa, un objetivo y no
el que sale victorioso en una competición.
A veces nos extrañamos
de la alegría del segundón, del décimo o del último de la fila,
que extrañamente festejan espontáneamente sus “triunfos” y sin
embargo, se da la circunstancia de que esos deportistas en
particular, son los que más valores nos pueden enseñar.
Incluso a los mejores
entrenadores