LOS HOMBRES QUE CORREN
(Continuación…)
Para que nos hagamos una
idea, antes de la llegada de los españoles; se tienen datos que
hablan de que alrededor de la Sierra habitaban, cerca de dos docenas
de tribus diferentes, de las que ya hemos dicho que quedan dos.
Cuentan los Tarahumaras
con un brujo o curandero (owirúame),
que se encarga de resolver los males físicos y en
ocasiones espirituales de sus hermanos, por lo general a base de
hierbas medicinales que son procesadas y aplicadas de diferentes
formas; una costumbre que perdura aún en nuestros días y que
incluso es preferida en algunos casos a la medicina moderna.
Hay una hermosa leyenda
sobre la extraordinaria cascada Basaseachi, según la cual el rey, en
busca del mejor pretendiente para su hija (Basaseachi); preparó una
serie de retos. Debido a la dificultad de superarlos, solo quedaron
cuatro aspirantes, sin que ninguno de ellos llegara a sobrevivir a la
última prueba, lo que provocó el suicidio de la joven que
desesperada, se arrojó por un barranco, siendo transformada su caída
en la hermosa cascada que conocemos hoy día por el brujo de la
tribu.
Ya hemos apuntado más
arriba, algo respecto a la colonización, en la que los primeros
misioneros fueron los franciscanos allá por el 1554 y los jesuitas a
partir del siglo XVII; los primeros crearon un convento ya en 1574,
mientras que los jesuitas fundaron su primera misión en el 1611.
Las misiones tenían una
gran importancia en la colonización, pues además de centros de
evangelización; eran al mismo tiempo lugares de reclutamiento de
mano de obra.
Poco se suele citar en
los escritos, de los esclavos negros que fueron llevados a la
Tarahumara; esclavos, que dicho sea de paso no eran suficientes para
satisfacer la demanda laboral, de modo que el sistema más común
terminó siendo la que podríamos denominar “caza del indio”,
como si de un animal más del entorno se tratara. ¿Alguien se puede
extrañar de que estos huyeran a los lugares más recónditos e
inhóspitos de la sierra?.
Con
la huida de los Tarahumaras, parte del espacio dejado por estos fue
ocupado por los indios apaches.
La
unión de tarahumaras huidos de las misiones, con los apaches recién
llegados, constituyeron una seria amenaza para los militares
españoles, ya que su mejor conocimiento del terreno era aprovechado
por los apaches para intentar equilibrar un poco la balanza hacia su
lado.
Entre las muchas cosas
que podríamos aprender de los tarahumaras, están sus tradiciones,
y entre ellas, el papel que juega el jefe de la tribu, llamado
gobernador o siriame (el portador de la lanza), el cual se encargará
junto con otros gobernadores de menor rando; de las negociaciones,
los festejos, juegos, ceremonias religiosas, discursos y lo que sea
necesario. No hay aquí ningún tipo de rivalidad política,
simplemente se le da el cargo a aquél que todos creen que lo
desempeñará mejor y por supuesto en beneficio de toda la comunidad;
tomando la mayor parte de las decisiones en asamblea y si por un
casual demostrase carecer de cualidades, será destituido
inmediatamente y sustituido por otro. Como vemos, nada que ver con
nuestra sociedad moderna y civilizada; donde si un político, va
dejando rastros de su corrupción e incompetencia allá por donde va;
sabe que si es necesario el partido lo apoyará para que siga en el
mismo cargo u otro similar por los siglos de los siglos.
No solo los políticos
han azotado la tarahumara; el cultivo de la amapola y la marihuana
son dos estigmas más en la vida de los ancianos pobladores de la
sierra, pues por su causa nos encontramos con zonas dominadas
completamente por el narcotráfico y por lo tanto violentas.
Pero no solo hay que
buscar culpables en el exterior; en la época de Porfirio, las minas
(oro, plata, cobre, zinc, plomo…) o al menos su gran mayoría pasan
a ser controladas por empresas americanas y británicas
principalmente; por supuesto la mano de obra preferiblemente local
(aunque fuese por la fuerza); y puesto que no hay peor herramienta
que las políticas neoliberales, lo público, lo estatal (como por
otra parte está pasando ya en Europa y en la mismísima “madre
patria”), pasará paulatinamente a manos privadas, en su mayor
parte extranjeras; aunque por el camino algunos beneficios dormirán
el sueño de los hipócritas en suculentas cuentas bancarias de los
más insignes politicastros.
El proceso de la
implantación de la minería, no varía respecto al de otro tipo de
industrias contaminantes; en principio se intenta negociar con la
persona o personas con mayor rango de la comunidad; se les agasaja o
dicho directamente se les compra; a continuación se publicitan los
maravillosos beneficios que obtendrá la comunidad entera; si fuera
necesario se divide a unos y otros mediante engaños y promesas que
pocas veces van a ver la luz y finalmente donde un día hubo vida y
esperanza, solo quedarán destrucción y muerte.
La actividad forestal se
encuentra directamente ligada a la actividad minera; y aunque
posteriormente el ferrocarril demandará también una gran cantidad
de madera; aquí el caballo de batalla serán básicamente las
autorizaciones y por supuesto se instalará la manga ancha por
doquier y muchos políticos atraídos por la fiebre del dinero fácil,
serán juez y parte en muchas de las leyes relacionadas con esta
actividad, al igual que muy posteriormente se hizo con la industria
del papel de la cual también se obtuvieron grandes beneficios.
Teóricamente ya entrado
el siglo XXI, hubo una serie de acuerdos tendentes a un reparto de
los beneficios en dirección a los indígenas, incluso en algún caso
llegó a funcionar, pero el capital privado, con su característica
delicadeza, hizo buena la frase: “El pez grande se come al chico”.
Si las cosas estaban mal,
llegaron los “llaneros solitarios post-modernos”, así el Banco
Mundial, (ese que “regalando” riquezas todo lo convierte en
pobreza absoluta), con sus préstamos consiguió que las pocas
propiedades que aún quedaban en manos de los indígenas, pasasen a
manos privadas como por arte de magia. Tal vez este fuera el golpe de
gracia definitivo para los habitantes originales de la Tarahumara, y
tal vez algún día podamos exigirles responsabilidades a estos
pistoleros; aunque dudo que para entonces alguien se acuerde de que
hubo un tiempo en que los legítimos propietarios de estas tierras
vivían en paz y eran los únicos dueños de su destino.
Han existido, todo hay
que decirlo políticas orientadas a prevenir estos desastres, pero
son tan limitadas y tan insufladas de carácter político, que los
Tarahumaras no estarán ya aquí para cuando se comience a vislumbrar
un pequeño rayo de esperanza.
La influencia de la
minería en los pueblos es muy grande y para muchos como ya hemos
dicho muy beneficiosa; pero hablamos aquí de hombres que para
sobrevivir, no precisaban más allá de su maíz, sus frijóles, sus
calabazas, sus peces, la caza, algunos productos naturales de la
tierra, todo ello obtenido gracias a su enorme respeto por la tierra
y ayudándose mutuamente, cosa esta última que la sociedad moderna
parece no permitir.
Como siempre el daño se
hace antes, durante y después (no olvidemos que estamos hablando ya
de siglos); así se ha podido asistir, a la destrucción casi total
de asentamientos prehispánicos, cuna de la cultura Tarahumara; y
poco a poco, a una paulatina degradación (eso si, en aras del
progreso y del confort espiritual) de los principales ríos
sustentadores de vida en la Tarahumara. Las lluvias han ido
arrastrando materiales tóxicos hasta los ríos y estos por el
devenir natural han estado esparciendo lógicamente ese veneno
durante kilómetros y kilómetros.
Los Rarámuris, como
tantas otras tribus a lo largo del planeta, vivían una vida sencilla
sin molestar a nadie; y salvo pequeños enfrentamientos con tribus
vecinas por problemas de asentamientos, no intentaban influir en
otras culturas lejanas o en otras religiones; tenían sus tradiciones
y su modo de vida que para ellos era el auténtico. A lo largo de
siglos, la Tarahumara fue invadida repetida y machaconamente por la
religión, la cultura europea, la industria destructiva del
capitalismo salvaje y asesino de pueblos. Los salvajes se suponía
que eran ellos; pero el tiempo nos ha demostrado que lo terrible,
nunca ha estado en el pasado, sino que viene del futuro.
Entonces les tocó a
ellos; ahora nos toca a nosotros; la economía neoliberal ya está
campando a sus anchas por todo el mundo, sin respetar propiedades ni
personas; por ello yo me pregunto:
¿En
caso de que no esté sucediendo ya; ¿cuánto tardaremos en repetir
la historia de los tarahumaras en nuestras propias carnes?.