Seudo-auténticos
Nos consumimos a diario,
intentando ser lo que no somos, aplicando normas de conducta erróneas
para nuestro proceso vital.
Nos ponemos de mala uva
casi sin saber la causa, discutimos en ocasiones por nimiedades, por
un “quítame allá esas pajas” y aumenta así nuestro malestar,
llegando al punto de defender posturas que reconocemos falsas o al
menos intuimos como no verdaderas.
Nos levantamos
enfurruñados, porque auguramos que este día será como los otros,
un día incompleto, vacío de contenido, pero sobre todo porque somos
conscientes que la clave del cambio está en nosotros mismos.
¿Porqué no reaccionamos
entonces?.
A veces la respuesta está
en nuestra mano; apretamos con tanta fuerza que llegamos a clavarnos
las uñas en la palma, y esa tensión se irradia al resto del cuerpo.
Esa persona, se siente entonces como un muelle comprimido a punto de
extenderse con toda esa violenta presión acumulada a lo largo de su
vida.
En realidad, nos quejamos
inútil y continuamente, cuando solo tenemos que dejar de intentar
sujetar ese algo invisible que nos retiene y que no existe salvo en
nuestra mente.
Somos esclavos de una
conducta muy bien estudiada y que podríamos cambiar solo con tomar
esa decisión; pero es comprensible la vacilación; pues si la duda
es capaz de tomar las riendas del mundo, ¿Cómo no va a influir en
la vida de uno solo de los individuos?.
Pasamos de aprendices de
la vida, a acaparadores de normas y ejecutores de reglas, que en su
mayor parte, nunca son revisadas salvo por unos pocos y afortunados
locos, que con su rebeldía ofrecen a otros menos decididos caminos
que antes se consideraban prohibidos, e inexpugnables.
Pero intentar dar ese
paso, se convierte en una decisión que en la mente del sujeto,
podría tener terroríficas consecuencias, pues alteraría el orden
social establecido.
Así como la minifalda y
los pantalones de campana, no fueron, sino pequeñas muestras de esa
rebeldía dirigida, que con el paso del tiempo se convertirá en pura
anécdota; la melena nació de una decisión más personal que más
tarde adoptaron otros muchos, convirtiéndose así en un primer paso.
Ese tipo de actitudes, no
exentas de cierta violencia, nos pueden empujar a cometer el más
terrible de los pecados; aquél que las religiones y el resto de
poderes fácticos desean que siga dormido y oculto en las sombras.
Ellos no quieren que
caigamos en la tentación, de ser nosotros mismos.