Ya tengo comprimidas las
fotos de lo de la carrera de las bodegas, que como casi todo el mundo
sabe se desarrolla en Cembranos, localidad que limita por el norte
con Viloria de la Jurisdicción.
Pensaba haber escrito
algo sobre mi fallido viaje al Hostal Remoña, pero la malicia de
alguien al que tenía por amigo me ha dejado sin ganas. Dice que lo
ha hecho porque no se puede hablar del Remoña sin citar sus postres,
pero para mí que ha sido a mala leche.
El caso es que sobre esta
carrera, casi no se qué contar, los recuerdos más inmediatos van
del viaje de ida en el que todo estaba blanco al de vuelta dos horas
y pico después donde casi no se veía la nieve por ningún lado.
Cuando se repite uno
tanto es habitual ir conociendo cada vez mejor al personal, pero
siempre hay sorpresas, que en función de lo que busques pueden ser
más o menos agradables, y es que lo de las artes adivinatorias, ni
suele molar ni funcionar, y qué mejor ejemplo que todos los sabios
de la teoría económica que estos últimos años se han cubierto de
gloria al no dar una en el clavo.
Yo que nunca voy
preparado a ningún lado, me encontré este año con un recorrido que
no se correspondía al que yo imaginaba, de modo que para mí, esa
fue la primera sorpresa. Evidentemente, soy tan buen adivino como
esas famosas agencias que tienen la cara dura de poner nota a los
vaivenes económicos de un país como si fuesen maestros de escuela,
y que a lo largo de los años han demostrado tener tanta idea de
economía, como yo del recorrido de la carrera del domingo.
El caso es que máquina
de fotos en mano me dirigí a toda prisa al lugar que me pareció más
interesante, convencido de que al paso que sale la tropa últimamente,
no me iba a dar tiempo ni a ver pasar el último; ¡que equivocado
estaba¡, para cuando llegué al punto indicado, observé la hilera
de corredores a casi un kilómetro del lugar escogido, así que
constatado que al menos pasarían por allí una vez, me armé de
paciencia y esperé el paso de los más rápidos.
Últimamente, a los
primeros, casi ni los ves y no te digo nada en una cuesta como la que
yo estaba que parece que en vez de ocho kilómetros estuvieran
haciendo los cien metros lisos. El primero fue un tipo más bien
estirado, y muy poco preocupado al parecer del que venía unos metros
por detrás que estaba poniendo toda la leña en el fuego, el tercero
ya venía un poco más maduro y los demás excepto alguna excepción,
ya ni te cuento.
En un abrir y cerrar de
ojos, van pasando delante de la cámara uno tras otro el rosario de
valientes, todos bastante bien pertrechados, unos con cara de
esfuerzo (los más) y otros con cara de pasear por el barrio húmedo,
pero el que más y el que menos digiriendo el esfuerzo a su manera, y
así en menos de lo que tarda el político de turno en soltar tres o
cien mentiras, ya están todos en meta, relatando algunos su batalla
personal contra los elementos, al estilo Don Quijote.
Ya se que lo de leer al
personal no le presta mucho, pero tienen que comprender que yo
también tengo derecho a mi segundo de gloria aún a sabiendas de que
estas cosas a veces no hay quien las lea, y no es que me importe
mucho, porque el gustazo que me pego cada vez que me pongo a escribir
bien vale la pena aunque sea a cambio de un montón de críticas.
Tal vez sea aquí el
momento de recordar, que no soy escritor, ni fotógrafo, pero cada
uno tenemos nuestras aficiones, y a mí me va lo de pintarrajear y
tomar instantáneas aunque tanto unas como otras en ocasiones sean
incomprensibles e incluso detestables, pero eso es lo bonito del
asunto, pues aquí como en la vida lo importante es poder escoger,
tanto como despreciar.