Imagínese un terrible
vendaval, o si lo prefiere un huracán de grado “nosécuantos”;
observe a continuación como habrán quedado los edificios a su
alrededor, es probable que vea aún algunos en pie, otros a los que
aún les queda alguna pared y otros completamente demolidos.
Piense ahora en lo que
supone para el cuerpo humano el vendaval del tiempo; envejecer,
perder facultades, constatar que lo que años atrás estaba
“chupado”, ahora resulta imposible de realizar, o que lo que te
llevaba cinco minutos ahora no eres capaz de hacerlo en menos de
cuarenta.
Seguramente habrá oído
alguna vez: “cada uno es de su padre y de su madre”; (qué
gran verdad).
Lo cierto es que aunque
todos tenemos una maquinaria similar, no a todos nos funciona ni del
mismo modo ni durante el mismo tiempo.
No hay una explicación
única para hallar la causa por la que unos son capaces de derrochar
vitalidad a los noventa y otros arrastran los pies a los setenta; sin
embargo hay factores que influyen negativa o positivamente en este
proceso vital.
Podríamos enumerar un
gran número, tanto externos como internos, la alimentación, el
medio, la herencia genética y otros, pero nos vamos a centrar en el
ejercicio (ese que requiere de un esfuerzo físico).
Nos guste o no, el
ejercicio no es una opción, es una necesidad para todos aquellos que
respeten su organismo.
Hay personas que se
ejercitan obligatoriamente durante su jornada laboral, y otros que no
despegan el culo del asiento en todo el día, y sin embargo ambos
necesitan hacer ejercicio, aunque evidentemente más aquellos que
llevan una vida sedentaria (los que se mueven poco).
Para unos el ejercicio es
relajación, y para otros un enorme sacrificio, pero si vencemos esos
impulsos contrarios y mantenemos una rutina diaria y a ser posible
variada, los beneficios, no solo no tardarán en llegar, sino que
perdurarán.
Como se suele decir, es
un sacrificio muy pequeño para un beneficio muy grande; sin embargo
no debemos olvidar que las cosas a la fuerza no tienen las mismas
consecuencias que cuando se realizan con un estado de ánimo
favorable; esto último debemos tenerlo muy en cuenta sobre todo con
los niños, máxime con aquellos que sobresalen y por desgracia son
convertidos en moneda de cambio por padres que buscan en sus hijos el
ídolo que ellos nunca pudieron ser.
Hace más de un siglo
Emile Coué nos regaló esta frase:
“Al
enunciar, los padres, lo que desean que sus hijos logren, lo que
enuncian es su propio deseo. Es decir, su falta; su límite, su
imposibilidad”.
Esa es precisamente la
cuestión;
Si los cimientos son débiles, y llega un vendaval, ni un solo edificio quedará en pie.