JACQUES
En estos momentos;
mientras el Jordi nos vuelve a sorprender con uno de esos programas
en los que la añoranza, la rabia y el destino se entrelazan para dar
el fruto deseado que no es otra cosa que una lágrima jamás
redimida, escucho apasionado “Poveri fiori” de la soprano
griega Maria Callas, y sin embargo mi mente viaja enloquecida hasta
la primera vez que escuché admirado y sorprendido por la fuerte
carga emocional que desprendía otra gran canción de otro
extraordinario de la música y de la vida.
Se
trataba aquella noche del enorme Jacques Brel, el maestro del amor
hecho música, el de la letra corrosiva, el de la denuncia constante,
el poeta que se entregaba entero en cada canción, el autor de “La
chanson des vieux amants”, “Quand on n'á que l'amour”,
“Ne me quitte pas”, o “La ville s'endormait”,
entre otras; el mismo que me descerrajó un cañonazo de sentimientos
a bocajarro una noche vieja a bordo de un vehículo completamente
cubierto del vaho que desprendían las bocas de dos enamorados que
sentían más que escuchaban una canción enorme y única como sucede
a veces con estos azares que en ocasiones convierten la música en
vital; se trataba de “Orly”.
Orly, que título más
corto para un contenido tan largo; sigo escuchando a la Callas
embravecida, dominante y segura de su portentosa voz, y no puedo
evitar revivir aquella historia, aquella canción que hablaba de la
despedida de dos amantes en un aeropuerto, de sus sentimientos, de
su soledad, de sus lágrimas y la desesperación de un adiós que
ninguno pudo o supo evitar.
El comienzo de la canción
ya lo dice todo: “son más de dos mil y no veo más que dos”;
hay que haber amado y sufrido mucho para dar a luz canciones como
esta; dicen que Jacques murió de amor y lo creo.
Sigo aquí con María que
ahora me deleita con “A vos jeux” y me pregunto si escogió
París para morir o simplemente murió también de amor como Jacques.