Era noche cerrada, una
madrugada más de vuelta al hogar con la camaradería de esa neblina
persistente capaz de convertir realidad en fantasía.
Me sentía
extraordinariamente cansado tras tantas horas de trabajo en la
fundición y por momentos perdía la consciencia del lugar de donde
venía, del sitio al que iba y de mí mismo.
Quedarían menos de
trescientos metros para llegar a la casa cuando una presencia se
interpuso en mi camino. Era una mujer imponente, con ropajes de la
época victoriana. La dama, arrastraba sobre todo por detrás una
falda muy larga, de forma acampanda, repleta de detalles floridos y
cintas llamativas pero sin alardes de color de la que asomaba la
punta de unas botas negras de una piel excelente.
El escote era inmenso, y
lo que más me llamó la atención además de su cintura de avispa,
fue que a pesar del aire gélido que casi cortaba la piel, la dama
llevaba unos guantes de los que asomaban unos dedos preciosos y
mangas cortas a la altura de los codos.
Yo estaba petrificado, y
notaba como la escarcha se iba adueñando poco a poco de mi poderoso
bigote y como un pequeño temblor tal vez a causa del frío iba
conquistando todo mi cuerpo de la punta de los pies a la coronilla.
Estuvimos lo que me
pareció una inmensidad uno frente al otro sin dirigirnos la palabra,
ella me miraba con dulzura al tiempo que yo me perdía cada vez más
en la multitud de sensaciones que emanaban de sus ojos.
De pronto comencé a
vislumbrar como sus labios se entreabrían lentamente y pude oír su
voz...
.- “Don Francisco,
¿no tendrá usted una pasta?”
Por inconcebible que me
pareciera sabía mi nombre, pero lo que me extrañó fue que una dama
del siglo XIX, me pidiera pasta con un lenguaje del siglo XXI.
Eché mano a la cartera,
pues aunque no suelo llevar mucho cuando trabajo de noche, unos euros
por si acaso siempre llevo, pero poniendo delicadamente sus manos
sobre las mías y me impidió abrir la cartera.
A pesar de tener el
aspecto de una mujer joven, me miró como una madre mira a un hijo
tonto y volvió a hablar:
.- “Coño Paco, que
no te enteras, hijo, que si tienes alguna pasta de esas que haces de
cuando en cuando, que vengo de un baile de disfraces y traigo un
hambre que no me tengo”.