Van a dar
las seis de la mañana, llevo discutiendo con Morfeo desde las dos y
el entendimiento no es posible. Me dejo llevar y los pensamientos y
hasta los recuerdos inundan mi mente, incluso se agolpan en un
frenético galope hacia ninguna parte.
Irina era
como una diosa sin patria, su padre un influyente político ruso, su
madre diplomática americana, sus abuelos, el francés y ella
española. No fue la suya una vida sencilla ni corriente, le faltó
siempre el calor de los suyos y esa carencia intentó compensarla
huyendo a las seis y media de la madrugada de cada día por las
calles de París o del lugar donde se encontrara.
Con el
tiempo se llegó a preguntar qué sentido tenía la vida, (su vida).
Era de las que le daban al magín pero no llegaban a alcanzar el entendimiento;
en alguna ocasión dijo algo así: “Nos
hacen creer en un ser superior, que para colmo es de género
masculino, nos lo muestran como nuestro benefactor, como nuestro
verdadero padre, nuestro protector, pero con el tiempo comprendes que
nunca está ahí cuando lo necesitas, entonces surgen las dudas y
terminas negando su existencia”.
Salió con
ciertos apuros de su infancia gracias a los cuidados de su abuela;
cuyo carácter español no le permitía dejar al albur a su nieta,
por ello durante las vacaciones se la llevaba con ella y el abuelo a
su casa cerca de la playa, donde logró pasar algunos
momentos felices. Siempre fue una chica dura acostumbrada a la
soledad, pero en su fuero interno sabía que la compañía era
necesaria.
Montó su
primera empresa a los veinte y desde entonces no ha parado de
triunfar; ha tenido varios amantes, pero con ninguno ha llegado a
alcanzar el éxtasis como con Charlotte, a la que cosas de la vida,
conoció en una ciudad del estado de Carolina del Norte con el mismo
nombre que su amiga. La felicidad había llegado al fin, pero no duró demasiado; el maldito cáncer se la llevó en solo siete terribles meses.
De sus siete hermanos solo tiene trato con dos, el resto desperdigados por el planeta, cuando vuelven a la civilización no tienen tiempo de visitarla, tanto es así que ni siquiera conoce a sus sobrinas y así han pasado ya once años.
De sus siete hermanos solo tiene trato con dos, el resto desperdigados por el planeta, cuando vuelven a la civilización no tienen tiempo de visitarla, tanto es así que ni siquiera conoce a sus sobrinas y así han pasado ya once años.
Tras la
muerte de Charlotte, correr supuso para ella una especie de
liberación, ese esfuerzo diario le compensaba de otros menos
fructíferos, corría por el asfalto, porque, aunque por París a
esas horas de la mañana siempre había gente, las dos o tres veces
que se aventuró por el bosque de Boulogne que estaba justo al lado de su
casa, pasó tanto miedo que decidió que era mucho más seguro correr
entre la gente aunque fuera por el desagradecido asfalto, lo que no
la libró de un par de percances de los que se salvó gracias a un
espray de gas pimienta.
Quedan
solo unas pocas horas para las campanadas de fin de año; en las
tiendas se nota el bullicio y la desesperación de los que por falta
de previsión o necesidad se han visto obligados a realizar compras
de última hora a costa de soportar inmensas colas y precios abusivos y solo por eso ya
ha decidido que va a cambiar el champán y el chocolate por unas
series en las pistas de La Porte de Saint Cloud. Nunca ha comprendido
el significado que todos le dan a estas fechas, sobre todo porque a
su alrededor, no conoce más allá de media docena de personas que
tengan motivos para festejar la llegada de un nuevo año; recuerda no
obstante unas navidades en España a la edad de nueve años en que
disfrutó hasta las tantas con sus primos, pero no es más que un
recuerdo muy lejano.
Tiene
pareja, pero se siente sola; por un breve tiempo hubo algo entre
ellas, pero ya hace meses que está pensando en romper una relación
que ya no le aporta nada. Mañana su pareja se irá de fiesta con sus
amigas y ella a las pistas de atletismo a sentir al aire fresco en
las piernas, en los brazos, en la cara, el calor del esfuerzo en su
mente, y en cada poro de su piel esas gotas de sudor liberador que
realmente son las que le hacen sentirse estupenda, y que consiguen
conjugar a la perfección sus diferentes “Yos”.
Tras el
esfuerzo y una abundante ducha, comerá cualquier cosa y se
zambullirá sola en ese libro que tiene sobre la mesita, que no es
más que un medio de transporte hacia otra realidad.